miércoles, marzo 29, 2006

Miedo, tengo miedo...

- "Hola", dice.

En el teléfono sólo pone "número privado" y es una voz de chica y, por alguna razón, me resulta familiar.

- "Hola", digo yo, como si la reconociera, para que ella crea que sé quién es -una vez llegué a mantener una conversación de cinco-diez minutos sin saber quién demonios me llamaba, todo por pura timidez- y me pongo a esperar alguna pista.

- "¿Guillermo?", pregunta, "Soy Christina Rosenvinge. Hemos quedado para esta tarde pero te tengo que retrasar la entrevista una hora. ¿No te importa? Tengo un ensayo".

Me está llamando Christina Rosenvinge. Claramente, mi vida es perfecta.

- "No, no te preocupes, no hay ningún problema. Si prefieres, incluso lo dejamos para más tarde", digo, animado, como si de hecho la conociera de toda la vida, cuando llevo 24 horas completamente paralizado, asustado, abrumado... ante el hecho de tener que entrevistarla a ella, que es un personaje absolutamente fascinante.

No encuentro las preguntas, no encuentro el tono, no sé cómo conseguir la complicidad, no sé si tirar por la complicidad o por el rigor. No encuentro el rigor por ningún lado, siempre se me olvida dónde lo dejé. La figura de Christina se ha ido haciendo cada vez más grande conforme pasaban los días y se acercaba el miércoles y yo seguía teniendo la entrevista sin preparar.

Recordémoslo: Christina no es sólo Christina, sin más. Es la chica rubia que me presentó mi tío en un concierto de Manolo Tena hace catorce años, cuando le produjo su primer disco, es la figura constante de todos los primeros libros de Ray Loriga, probablemente mi mayor influencia. Estuve persiguiendo a Ray durante diez días por San Sebastián sin ningún éxito y no querría mezclar las cosas.

No será una entrevista sobre Ray, será sobre Christina y tiene que estar a la altura.

-"Perfecto", dice Christina, "como ya tengo tu móvil, si hay algún problema te llamo luego".
- "Muy bien", digo yo, "no te preocupes, un besito"
- "Un beso"

Y de repente su figura vuelve a ser no ya pequeña, pero sí normal y puedo seguir haciéndole preguntas al Señor Google sobre los años oscuros (1991-2004). Aunque, si lo pienso, lo que más me apetece es escuchar, no hablar, y para escuchar, de verdad, cuantas menos cosas sepas, mejor.