jueves, abril 06, 2006

Esa clase de chico

¿Se puede?, ¿de verdad se puede?

Nada más entrar en "La Casa Encendida", Ray está charlando con un grupo de gente. Fuman, o eso me parece. No puedo abrir bien los ojos porque ha empezado a llover más fuerte y necesito meterme dentro lo antes posible. Pasando el patio interior y girando a la izquierda llego al mostrador y recojo la invitación.

Me encanta ir invitado a los sitios, ¿lo he dicho alguna vez?

Hago levantar a toda una fila por entrar del lado contrario y me siento en uno de los pocos sitios libres que hay. Al rato entra Ray, anda un poco perdido por el pasillo, como si buscara a alguien y acaba sentándose un par de filas a mi espalda. En el asiento de mi izquierda hay un chico que va de listo y hace comentarios graciosos.

Sí, esa clase de chico.

Apagan las luces y sale la banda, encabezada por Christina. Sonríe muy tímidamente, como una rutina forzada por los años; nada natural. Se sienta al piano y empieza a tocar. Todo lo de antes -que no ha sido poco- y lo de después -que va a ser mucho- deja de existir: mentalidad horizontal. Realmente, sólo la música es capaz de conseguir eso. Y, en mi caso, concretamente, el piano.

Cuando llega "Tok, tok" me estremezco y el público aplaude a rabiar. El pasado miércoles, al hablar con ella, se sorprendió de que me gustaran más sus canciones en castellano. Son más creíbles, simplemente. Por lo que se ve, no soy el único que lo piensa.

Es inevitable: poco a poco, lo horizontal se va convirtiendo en vertical. Más o menos, a mitad del concierto, o lo que yo entiendo que debe de ser la mitad del concierto. Los problemas del pasado y el futuro se cuelan por debajo de la puerta del auditorio y lo único que se me ocurre es que muy mal voy a poder solucionar nada si no soy capaz ni de acercarme a Ray Loriga e imagino mil maneras de abordarle sin resultar grosero ni parecer un loco. Todas las frases empiezan por "soy el sobrino de Panchito". Es una manera muy poco egocéntrica de entrar en escena y se trata de asumir un perfil bajo.

Saludan, sonríen y se van. A los dos minutos vuelven ella y la violonchelista. Tocan "Teclas negras": "no hace mucho que empecé a tocar el piano pero hay algo de lo que una se da cuenta en seguida, las teclas blancas a veces se tocan, pero las teclas negras nunca. Son tímidas y sus sonidos casi no se escuchan, como si estuvieran poco seguras de sí mismas. Las teclas blancas, sin embargo, -y entonces toca bruscamente un acorde-, son prepotentes y escandalosas. No me gustan."

Lo imperdonable, tarde o temprano se perdona. Ya no serás tan guapo ni yo soy tan mona.

Se encienden las luces, le busco con la mirada. Cuando él se levanta, yo me levanto y ando por el pasillo hasta colocarme justo en la fila anterior a la suya, que ya está vacía. Lleva un tatuaje enorme en el brazo y no aparenta 39 años, desde luego. Me coloco a su altura, alargo la mano y digo, en voz baja, "¿Ray?"

Es decir, una vez más: se puede. Y a partir de aquí, crecemos.