viernes, junio 30, 2006

Infinita tristeza

Lo triste en el caso de los ciclistas no es sólo la complacencia con la que aceptan su condición de caballos de carreras y todo lo que eso implica -pastillas, inyecciones, transfusiones, hormonas...- sin la menor preocupación por los daños devastadores que eso pueda tener en su salud.

Lo triste tampoco es que acepten las excusas que dan los criadores y las repitan una y otra vez en voz alta, como autómatas: "Si quieren espectáculo, no podemos ir limpios" vienen a decir. Absurdo. Quizás en atletismo se podría argumentar así. El espectáculo en una carrera de 100 metros está en saber quién gana, pero también saber en cuánto tiempo lo hace. La velocidad pura es ahí una parte del negocio.

Sin embargo, en ciclismo, el espectáculo no lo pone la velocidad, lo pone la distancia. El espectáculo consiste en ver hasta dónde llegan las fuerzas de cada uno y no la cantidad bruta de dichas fuerzas. No hay ninguna necesidad de ir a 45 kilómetros por hora. Mientras haya un primero y un segundo habrá espectáculo. Da igual si todos van hasta arriba de EPO o si no la toma nadie.

Lo triste de verdad no es eso. Lo triste, lo realmente triste, es que monten numeritos y plantes contra la prensa, contra la Justicia, contra el Gobierno... mientras los criadores siguen buscando patrocinadores para mantener la cuadra a flote.

Nietzsche hablaba de tres estados del alma: camello-león-niño. La definición es perfecta por razones obvias.