El socio madridista enfocó en el Ser Superior toda su ira y decidió acabar con todos los residuos de su política megalómana. El nuevo presidente -directivo de la misma junta que adoraba al tal Pérez- decidió recurrir a la demagogia y captar el espíritu del tiempo: se presentó como un trabajador que se limitaría a cumplir órdenes y nunca darlas.
Como resultado, el madridismo no sólo no ha eliminado el problema -el entrenador se ha convertido en un nuevo Ser Superior infalible- sino que además ha perdido su propia capacidad de decisión, pues ¿cómo culpar a un presidente que reconoce que no toma decisiones?
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