martes, septiembre 05, 2006

Conductores suicidas

La madre de Amaranta le pide a Ángel González que recite uno de sus poemas. "Sólo el principio", le pide, pero Ángel González no quiere recitar, no le apetece, así que canta. Canta una canción asturiana, de su tierra, en voz baja, casi susurrante. Son las cuatro de la mañana y, aunque parezca mentira, a sus 84 años es él el que nos ha traído a "Las Bridas".

El dueño del bar nos acepta a deshoras porque vamos con don Ángel y le abraza e incluso le besa mientras el mejor poeta en lengua española desde la generación del 27 apura su vaso de whisky.

Los demás también cantamos, claro. Y nos sentimos no sólo honrados, sino abrumados. No nos conocemos. Yo, al menos, no conozco a nadie. No hasta esta noche. Sí he hablado alguna vez con Lena, por asuntos de Sabina, pero de manera muy fugaz. Los demás son unos desconocidos encantadores: chilenos, mexicanos, peruanos, asturianos, andaluces, getafenses, catalanes... yo, como único madrileño.

Me admiten. Como sobrino de Pancho Varona y como persona que sabe estar callada y sonreír. Incluso recitar estrofas de "Hotel Lichis" si es necesario. Sólo en un momento, Lena se pregunta "¿cómo has conseguido quedarte con nosotros?". Pues bien, he hecho de eso un arte y me ha costado años. El faro que Jose Carlos y yo seguiamos se llamaba Ángel y todo lo demás vino regalado.

Antes: la sonrisa de Alejandro Martínez, el enorme Alejandro Martínez, ocupándose de la lista de invitados para aliviar a su hermano Rubén, unas sillas insospechadas en medio de una sala abarrotada. Benjamín Prado, amable, como siempre, preguntando por mi libro y yo por el suyo y haciendo una pregunta tan perversa como "¿cambiarías tu juventud por mi éxito?" Demasiado inmaduro para jugar a Doctor Faustus, me temo. Me quedo con mi juventud, si es que aún se le puede llamar así.

Mi tío dirigiendo la ceremonia. Un concierto de una hora y luego colaboraciones. Mi colaboración, por ejemplo, con el padre de la Chica Portada. Cuatro minutos de actuación. Sí, es todo actuación. No veo nada, no oigo nada. Sonrío, pero a nadie. Hago gestos, pero no sé si se pueden ver. Lo intuyo. Instinto.

Felicitaciones. Quizás, después de haber fracasado en todo lo demás, debería dedicarme a cantar. Es una opción. Jaime, Chica Portada y B. de invitados, también sonrientes. Tristes tigres y un entrañabilísimo Quique González, que resulta ser de la Gimnástica de Torrelavega. Conversaciones con Víctor Alfaro sobre Mai Meneses.

Pancho dice "mira cuánto talento junto" y señala la mesa donde Fernando León de Aranoa habla con Almudena Grandes, Ángel González, Chus Visor... Me hace gracia que Pancho tenga mi misma fascinación por el talento ajeno, aunque no siempre estemos de acuerdo en la adjudicación de méritos.

Preguntan por mi libro pero tengo poca cosa que contar. Charlo un rato con Fernando León, eso sí, para ver si quiere entrar en "El talento y el valor" y sí, quiere entrar, sin prisas, claro, porque yo no soy un tipo que avasalle, sino que explico las cosas y doy muchas salidas. Mis amigos, los de verdad, se van, así que me quedo con los conocidos y por un momento me da un poco de miedo.

Infundado. Mucha gente entra al rescate: Jaime Assúa, por ejemplo, el propio Álex Martínez, desde luego, el increíble Nitro, que podría acabar con todos nosotros en una de sus explosiones de entusiasmo. Una comodidad extraña, en parte, incluso cuando hasta Pancho se va y la fiesta parece que se acaba pero no, porque Lena y Amaranta y sobre todo Ángel González, ya quedó dicho.

Todo hasta el momento en el que juntamos mesas y cantamos, sí. Un perfecto grupo de desconocidos multirraciales, multinacionales, en torno al maestro que se sabe tal, pero no alardea. Procuro no beber para no ser pesado, aún así le felicito tres veces. La última, incluso llego a abrazarle. Parece que se da cuenta de que soy sincero. Alguien con tantos años y tanto éxito tiene que saber esas cosas...

Pienso que algún día podré contar todo esto. Hoy, por ejemplo. Después, entre gritos de Guiggle, cojo un taxi y empiezo a pensar que sí, que la vida puede ser maravillosa, y que probablemente no me lo merezca, pero qué más da.

Tarde o temprano haremos cuentas.