martes, enero 30, 2007

Árbitros y agresiones


Todos los jugadores, en cualquier deporte de equipo, comparten las mismas tres quejas:

A- El entrenador no les comprende o no les hace jugar lo suficiente.

B- Los compañeros no les pasan nunca la pelota.

C- Los árbitros siempre pitan en su contra.

Salvo excepciones, que alguna he conocido en mi "carrera" como entrenador de baloncesto aficionado, esas quejas se repiten constantemente. Lo peligroso es cuando llegan al extremo. Por ejemplo, la árbitro que perdió la consciencia después de que un jugador le pegara un puñetazo en la cabeza.

Insisten en que el chico -menor de edad, hijo ejemplar...- está muy arrepentido. Algo es algo, podría estar orgulloso, supongo. El padre también está arrepentido y pide que se olvide el tema.

No es un tema para olvidar, como no lo es el del árbitro de juveniles que tuvo que salir escoltado porque el entrenador del equipo visitante le quería pegar. ¡El entrenador! Y luego este tipo es el que tiene que formar a los chicos como jugadores y como personas.

El individualismo es un mal necesario. Incluso en deportes colectivos, es necesario que las individualidades destaquen. Sin embargo, creo que un exceso de individualismo está en la raíz de estas agresiones. La necesidad de destacar, de triunfar a toda costa, de vencer, de ser superior, de ser admirado por tus padres, tus amigos, tus compañeros de equipo...

El baloncesto se ha puesto de moda y todos quieren ser Pau Gasol, nadie quiere ser Pepu Hernández. Es un error descomunal que no lleva a ningún lado bueno. Cada vez hay menos árbitros. El árbitro, como el profesor de ESO, ha perdido por completo la autoridad frente al jugador y el padre del jugador, convencidos de su propia infalibilidad. Nadie aguanta eso como hobbie mal pagado.

En siete años como entrenador, sólo me pitaron una técnica. Nunca entendí las protestas, más allá de la tensión de un momento concreto. Lo que está pitado, está pitado. Se equivocan, por supuesto. Es parte del juego. Hay que querer al juego. Cuando uno mismo está por encima del equipo, del juego, de la racionalidad mínima, pasa lo que pasa. Y creo que es un problema social.