lunes, julio 09, 2007

Un fin de semana perfecto

Inés lee los relatos de mi próximo libro hasta que se cansa y decide guardarlos y se va un poco más adelante, donde hay un sitio libre junto a la ventana. Quiere ver el mar y la costa y las desviaciones de las carreteras hacia las playas de Sitges y Castelldefells.

Pero quedan del otro lado.

Se vuelve a aburrir y se sienta de nuevo a mi lado, y le recito unos poemas que escribí cuando pensaba que podía ser poeta y dice que parecen canciones pero a mí no me parecen canciones y se queda medio dormida y yo retomo a Faulkner. No conozco a nadie que escriba mejor que él.

"Cuando nos conocimos no éramos nadie", dijo Inés en las Ramblas, al lado de la Fuente de Canaletas, como si ahora fuéramos grandes estrellas. Nos gusta creernos grandes estrellas y compartir hoteles de cuatro estrellas. "Yo era una estudiante de derecho y tú acababas de dejar el doctorado en filosofía y estabas perdido".

Yo perdido, qué maravillosa redundancia.

Me gusta presentar a Inés como una futura estrella de la composición. Me gusta pensar que acabará retirándome, reservando una "beca Thiebaut" para mí o algo parecido. Me gusta que se venga a tomar una paella en la playa con Sandrita y Ester y Dani Flaco y que le pida que suba el volumen cuando nos pone su nueva maqueta en el coche.

Supongo que las expectativas, no sólo las mías, son terribles. Me gusta Inés y me gusta Barcelona y la combinación tranquila, tranquilísima de ambas cosas: buenas comidas, buenas cenas, algo de tenis por televisión, encuentros con Verónica Puertollano en la Plaza de Urquinaona, con Beatrix Kidoo -y sus impresionantes gafas blancas- en la salida del metro de Liceu.

Pasar de arreglar el país a recitar grupos indies en apenas un par de horas. En medio, una siesta.

Es difícil pensar en un fin de semana mejor y con mejor compañía. En la diversidad está el placer, supongo. Aunque faltaba gente, eso está claro. Siempre falta gente. Siempre falta algo.