miércoles, septiembre 10, 2008

Entrevista a Óscar Jaenada


El taxi tarda más de lo normal, o yo tardo más de lo normal en cogerlo, como quieras, el caso es que son ya casi las seis cuando le doy al taxista la dirección de Óscar Jaenada y voy contando los minutos de retraso pensando: ¿se enfadará? ¿le vendrá incluso mejor? ¿tendré que esperarle de todas maneras? Llamo al telefonillo y dice "Bajo", en algo que podría ser una afirmación tajante o una especie de pregunta. La típica. "¿Bajo?". Pero, ¿qué otra opción podría haber? Lo absurdo sería que subiera yo, así que aunque contesto "sí", algo superado, él ya ha colgado y en seguida está en el portal vallado, me saluda con una vitalidad desbordante y entra en el taxi.

Cruzamos un par de frases sobre su rodaje. Una peli con un director novel. Llevan cuatro meses. Esperan acabar pronto porque en 20 días se va a Mali sí o sí a rodar otra vez. No tengo mucho que decir: Óscar es en persona como parece en las películas. Indescifrable. Con un punto de seguridad y tranquilidad que pone nervioso a cualquiera. Enciendo la grabadora de la Chica Portada y le empiezo a hacer la entrevista. A él le parece bien, es su día libre y cuanto antes acabe con esto pues mejor para todos, antes puede volver a su casa y descansar.

Tiene algo de gripe.

Óscar no mira cuando contesta. Bueno, mira a veces. Lleva unas gafas de sol muy chulas y yo no me eternizo en las preguntas sino que me limito a leer lo que he escrito, más que nada porque sé que luego, al editar, no voy a tener espacio para demasiadas consideraciones. Cruzamos Diego de León, llegamos a Felipe II, sale del taxi, yo me quedo pagando y esperando un recibo y el conductor pregunta: "¿Es Óscar Jaenada?" y yo digo sí, y luego pregunta: "¿Y tú quién eres?" y me parece una pregunta formidable y casi imposible de contestar en este momento, así que digo algo como: "Trabajo para una revista de..." y el taxista, decepcionado, se vuelve, y murmura: "Ah, una revista...".

Llegamos al estudio de los amigos de Mariona. La misma casa que usamos cuando le hicimos las fotos a Macarena Gómez. Estamos esperando al estilista, así que dejo a Óscar en manos de la maquilladora y me voy a buscarle una revista para que vea de qué rollo va. No hay quioscos abiertos. Es festivo. Lo que tiene ser free-lance es que pierdes la conciencia de los festivos con cierta facilidad... La calle está vacía y hace un bochorno tremendo. Ando calle Goya abajo y luego arriba, compro un croissant, bebo algo de agua y subo de nuevo al piso-estudio, donde Jorge y Carolina ya han llegado con una muestra de lo más moderno que existe.

Me siento terriblemente viejo y desde luego soy un malasañero de pacotilla...

Óscar se viste de blanco, con chaqueta negra y pantalón rojo. Mariona le pide: "un poco a la derecha, un poco a la izquierda, un paso atrás...", Carolina y Jorge hablan sobre la promo del Elástico, la maquilladora sonríe todo el rato, que siempre ayuda en estos casos, yo dejo la libreta y la grabadora en un rincón y me siento un poco aparte, sin querer molestar. Me gusta estar en las sesiones de fotos para saber cómo orientar luego las entradillas de los reportajes, pero en realidad ahí no pinto nada.

El piso es precioso, como salido de los 80. Una pareja está en el salón, ajena a todo lo que está pasando: ella está tumbada, leyendo, él, sin camiseta, toca la guitarra eléctrica sin amplificador. Al lado, en su casa, está un ganador de un Goya, pero a ellos les da igual. Me recuerdan a los personajes sureños de Faulkner y su distancia ante todo. Pienso en toda la gente que habrá pasado por ahí sin que ella dejara de leer y él de tocar la guitarra y me parece que la felicidad debe de ser algo muy parecido a eso.

Óscar se viste con unos pantalones negros, una chaqueta extraña -que a todo el mundo le encanta- y un cinturón llamativo. Mariona juega con él y él se deja. La paciencia de la promoción, una cosa que en realidad siempre se me escapa. Al final, nos hacemos todos fotos juntos. Creo que es la primera vez que lo hacemos. Cruzamos emails y nos despedimos. El taxi hace el camino inverso mientras Óscar va hablando con distintos amigos y yo miro por la ventanilla y en la radio explican que el hombre se hizo sedentario para poder beber cerveza más tranquilamente.

Una de esas noticias que, si no son verdad, deberían serlo.

El ambiente se sigue recargando. Calor y nubes. Anochece. Óscar se despide y esta vez el taxista no le reconoce. No le importa. A mí, tampoco. Damos un par de vueltas para salir -no es fácil salir- y volvemos camino de mi casa. Mi casa, por raro que suene eso.