lunes, enero 26, 2009

El infierno imbécil, de Martin Amis


Desconozco si "El infierno imbécil" se llegó a publicar en España en su momento -los años 80- o si sólo ha empezado a estar disponible ahora que El Aleph ha decidido rescatarlo con 25-30 años de retraso. Tampoco sé si esa distancia temporal es buena o mala. Muchas de las claves de los artículos y las entrevistas tienen que ver con la inmediatez y la actualidad -nombres, fechas, eventos...- y eso se ha perdido, claro. Muchas cosas son imposibles de recordar a estas alturas, muchos personajes han desaparecido por completo de la memoria.


Muchos de los entrevistados -Capote, Mailer, Bellow, Reagan...- han muerto y otros son exageradamente ancianos -Hugh Heffner-. Otros, simplemente, están, como dirían los propios americanos past their prime, como Gore Vidal o Kurt Vonnegut. Afortunadamente, la psicosis del SIDA se ha mitigado y la homosexualidad ya no está penada en Occidente.

Sin embargo, "El infierno imbécil" sigue teniendo una fuerza tremenda y como esa fuerza, paradójicamente, se funda en la distancia entre entrevistador y entrevistado, entre crítico y obra, entre observador y personaje, los años no hacen merma sino al contrario. Más distancia igual a más contundencia.

No tengo claro si el libro es un excelente retrato de Estados Unidos en un momento muy determinado de su historia -los enloquecidos finales de los 70 y los principios de los 80- o si es un excelente retrato de Martin Amis. Probablemente ambas cosas. Yo cada vez tengo más claro que de mayor querría ser Amis. Lo triste del asunto es que el británico escribió todos estos artículos y semblanzas cuando tenía mi edad actual, lo que quiere decir que como mucho podré ser otro, pero Amis, ya no.

Es el libro que sólo podría hacer un inglés, con su uso de la ironía, con su devastadora capacidad de atestar sólo un golpe, pero certero, con su sensación de sentirse un alienígena dentro de esa sociedad enloquecida. Amis tiene muchas lecciones que dar a los que queremos ser periodistas y muchas más a los que quieren ser periodistas ingeniosos y destructivos. Hartos como estamos de "enfants terribles" que basan su crítica en la burla y el chiste para parecer "estupendos", se agradece revisar estos textos. Amis no tiene ninguna piedad con sus entrevistados. Ninguna. Sin embargo, no abusa del chiste fácil ni se pone demasiado serio ni asume protagonismo.

Simplemente, cuenta las cosas como las ve, de una manera tan elegante que ni siquiera te planteas no estar de acuerdo y que, si eres uno de los involucrados, tampoco tienes opción de enfadarte. Es un tipo valiente, además. Yo, por ejemplo, abuso de la entrevista complaciente, me cuesta hacer preguntas delicadas y evito enfrentarme a gente que ya sé de antemano que no me gusta. La curiosidad de Amis, sin embargo, no tiene límites: desde telepredicadores a magnates del porno, pasando por aspirantes a la presidencia, escritores beat, premios Nobel, directores estrella de Hollywood... Todo le merece una opinión y en todos los casos está justificada.

Ve cosas que los demás no veríamos, simplemente.

A Amis, como buen inglés, le disgusta de América su extravagancia. Le incomoda. Puede vivir con ello igual que un jubilado vive en Benidorm consciente de que ese mundo no es el suyo pero tiene que aprovecharlo de todas maneras. No le gusta la extravagancia del sexo, la fama, el poder fácil, los medios de comunicación... el éxito barato, tanto material como intelectual. El personaje al que más respeta es a Saul Bellow. A Mailer y Vidal, bueno, les reconoce méritos, pero su afán de protagonismo le resulta agobiante e innecesario. Una pérdida de energía. Burroughs es un mediocre y Didion tiene momentos. Vonnegut es un pirado agradable, pero pirado, como los Salinger, Pynchon y compañía que no llegan a tener capítulo propio pero merodean todo el rato por el libro.

Sólo le tolera la extravagancia a Truman Capote, quizás por su debilidad física. Parece que entendiera que la extravagancia de Capote tenía sentido desde su posición de inferioridad. Meterse en una pelea que vas a ganar es vulgar. Meterse en el circo de la fama y los medios de comunicación siendo homosexual, bajito y con esa vocecilla tiene algo de heroico para Amis.

Un  tipo exigente. Un ejemplo. Yo no digo que los críticos no deban ser duros con lo que critican. Pueden incluso ser crueles. Lo que no se puede permitir un crítico es no tener un criterio, no mostrarlo. No ser inteligente. Eso, nunca. Que lo que se lleve ahora mismo en España sea la crítica más cutre y casposa disfrazada siempre de chiste de guionista amargado hace que este libro sea más necesario que nunca. Más necesario, seguro, que hace 25 años, cuando se publicó en Estados Unidos.