jueves, enero 15, 2009

Primer día en San Fernando


Recuerdo las otras primeras veces. En Parla, por ejemplo. Recuerdo que no estaba nervioso. Pedro me preguntó si estaba nervioso, pero yo no estaba nervioso. No sé por qué. Debería haberlo estado. Recuerdo oír el silencio cuando me di la vuelta para escribir en la pizarra. Podía oír cómo me escuchaban, fue algo asombroso. Yo estuve un año intentando enseñar Historia a niños que habían nacido en 1986 y tenían 14 años. Yo estaba acostumbrado al griterío y el parloteo y la lucha constante y hasta había llegado a considerarlo algo natural.

Pero, de repente, Parla. Aquello fue tremendo.

Recuerdo San Blas, claro. Cierta tensión. Llegar en mitad de un curso -quien dice "en mitad" dice "al mes", quizás sea hasta peor- es una condena. Es como coger un equipo a mitad de temporada. Hay una dinámica de trabajo, unos usos, unas reglas... y el que no está dentro eres tú. Y se supone que tú eres el líder.

Recuerdo que me equivoqué de CD y acabé cantando "Something Stupid" con Amanda. Los dos desafinamos.

El primer día en San Fernando ha tenido la novedad del horario. Dar clase a las 9,30 de la mañana me resulta extraño, pero hasta cierto punto agradable. Todos estamos más atentos, más tranquilos, no hemos tenido tiempo de cabrearnos, aburrirnos, cansarnos... Estamos a lo que estamos, a los estereotipos y las presentaciones y los grupos pequeños. Todo bien y en orden.

¿Qué recordaré de la primera mañana? Ni idea. La calma, quizá. El cielo blanco tras la ventana. El hielo en las calles -aunque comparado con el miércoles, aquello no era nada-. Una vaga sensación de estar de paso, como si eso me fuera a permitir quedarme más tiempo. Quién sabe. Rosa dice que soy muy joven y puede que sea cierto.