domingo, abril 26, 2009

Despedida y resumen del Festival de Málaga


Llueve fuera de las ventanas del AVE. Poético, ¿verdad? Me voy igual que vine, rodeado de agua. El gusto de la circularidad. Todo cerrado. La mayoría de los vagones van vacíos, una auténtica sorpresa. Natalia Mateo va hacia la cafetería y pregunta qué tal.

Cansado, pero contento.

En el hotel no había camiseta de "Pagafantas" para mí. Ni siquiera había fans enloquecidas. Un grave error, porque todo lo que entra, sale, y hoy tenían que salir todos los famosos rumbo al AVE o al aeropuerto. Nadie estaría ahí para chillarles.

Ayer fue todo una pequeña locura: cuando yo llegué, nadie estaba ahí. Pensé en ir a la fiesta de despedida, pero fui superado por la habitual descoordinación de un Festival que se tapa la cabeza y deja los pies descalzos. Cuida muy bien a los grandes, es un enigma para los pequeños. Poco a poco, supongo. En prensa me dijeron que hablara con los del hotel, en el hotel me dijeron que me fuera al Teatro. Me di cuenta de que no merecía la pena. Una fiesta el primer día es un evento mágico. Una fiesta el décimo día es una redundancia evitable.

La propia estancia en el hotel tuvo un punto espantoso: toda esa locura ahí fuera, esos gritos descontrolados, esas carreras detrás de los coches, golpeando los cristales con las manos, desviando el tráfico... el propio ambiente de dentro, de gala, de vestidos preciosos y elegancia suprema. Yo seré muchas cosas, pero elegante no es una de ellas, y reconozco que me abrumó, me abrumó mucho. Tanto que me tuve que tomar unas albóndigas en salsa de tomate con patatas fritas y ver un partido del Barça con Carlos e Irene.

Irene y yo somos un buen ejemplo de lo que es este festival y lo que decía de los pies: los dos con nuestras acreditaciones: ella de invitada -dirige uno de los cortos seleccionados- yo de periodista y los dos completamente desubicados, en la terraza de un bar con televisión gigante, celebrando los goles de Henry. Sin teléfonos ni información ni nada.

¿Y qué más da? Empezaba a hacer frío, era la única pega. Todo apuntaba a que era un excelente momento para marcharse.