sábado, mayo 30, 2009

Aroa Moreno -20 años sin lápices nuevos


Pasas la tarde metido en una biblioteca, haciendo de examinador que bien podría ser entrevistador para puestos de trabajo. "Ahora tenéis que hacer esto, ahora tenéis que hacer lo otro". El desgaste de la sonrisa y la amabilidad durante cuatro horas y la atención constante. Si algo he aprendido de estos meses en la Escuela Oficial de Idiomas es que los alumnos se merecen sonrisa, amabilidad y atención. Cualquiera que trabaje todo el día y a las siete se meta en un aula recalentada a oír hablar del past perfect merece un monumento.

Así que ahí estoy yo, grabadora delante de mí, un montón de papeles sobre la mesa, intentando que no se note en ningún momento si yo pienso que este lo ha hecho mal o este lo ha hecho bien. Que lleguen tranquilos al examen del lunes, pase lo que pase. Algunos suspenderán, otros aprobarán. Como siempre ha sido y siempre será. Mi trabajo es ayudarles, sí, pero también decidirlo. Y pese a tener la decisión más o menos clara, seguir sonriendo.

Artesano de la enseñanza.

Luego coges el metro y acabas en "El ladrón de tinta", lleno de caras conocidas, todas menos cansadas que tú, y le intentas explicar a Lara en qué consiste "el gran salto mortal", es decir, pasar por encima de editoriales, de discográficas, de distribuidores, de un montón de gente que hace lo que tú crees que puedes hacer aunque no sea verdad. "Sea lo que sea, que sea divertido, al menos", le digo, como resumen, y prometo que sí, que será divertido. A partir de octubre, presumiblemente.

Lo que nos lleva a Aroa, que, hasta cierto punto, está metida en este "hágaselo usted mismo", es decir, "escriba usted un buen libro", "busque un buen amigo que le corrija los errores", "encuentre una editorial que haga una buena maquetación e impresión, sea pagando o no" y "hágase usted una presentación con los demás amigos para poder sacar algo de dinero a todo el esfuerzo, el talento y el tiempo y sobre todo que el libro no acabe en una caja".

La presentación es una muestra de la sutileza y el buen gusto que acompañan a Aroa Moreno en todo lo que hace: vida privada y profesional. Su mezcla de fragilidad y dureza, que decía Nan. Aroa se queda ahí, pequeñita y sonriente, con su cara de buena chica, como si estuviera molestando, y a la vez nos golpea una vez y otra con unos poemas soberbios, con unos lectores inmejorables, con un vídeo absolutamente descomunal y con una pareja de amigos -¡ah, los amigos!- que ponen música a uno de sus poemas y a otro de Benedetti.

Contundencia, eficacia, talento. Pero con sonrisas. "Lo normal es que tuviera aquí un presentador para elogiarme, pero he decidido no hacerlo". Sí, eso sería lo normal. De elogios está lleno el mundo y Aroa parece cansada, aunque aún no ha comenzado casi. Ella escribe y escribe muy bien y parece que eso es lo único que le importa. Eso no es asombroso, por otro lado, lo asombroso, supongo, es hasta qué punto lo tiene claro y es consecuente.

Tanta eficacia, lo reconozco, me abruma. Pienso si yo podré tener un libro tan bonito, con un título tan bueno, tan poco pretencioso, y tantos amigos cerca para ayudarme. Si yo podré dar el salto mortal o si caeré de nuca y punto final. Y mientras lo pienso, el ritmo se acelera, el sudor empieza, el mareo, las náuseas y el cansancio extremo. Aroa espera ahí sentada, la cola interminable de libros por firmar, con una sonrisa casi de profesional, como la mía en Ciudad Lineal, y todo da algo de vueltas y ni siquiera las conversaciones sobre Xavi -mis conversaciones favoritas- ayudan y al rato me tengo que ir, primero a por una hamburguesa, luego a por una cama.

En el camino de Espíritu Santo, Noelia me para y yo le pregunto de dónde sale. "Estaba cenando, te he visto pasar con las gafas de pasta, he pensado que podías ser tú y he salido corriendo". Yo la miro, algo emocionado, y le digo: "Pues creo que eso es lo más bonito que ha hecho una mujer por mí en mucho tiempo", y ella sonríe y se vuelve a meter para seguir cenando.