domingo, mayo 31, 2009

Lluvia en la Feria del Libro


Se puede empezar por cualquier punto y de ahí tirar hacia adelante o hacia atrás. Empezar por los truenos a la espalda, como un ejército que se acercara a lo lejos, o un fin del mundo, si esto fuera una película de acción, o una bandada de vampiros ansiosos de sangre si esto fuera un libro en una caseta de la Feria.

Empezar por la carrera de después de los truenos. La carrera de los toldos recogidos y las caras descompuestas de los editores y libreros y la satisfacción mal disimulada de algunos escritores que sienten que podrán acabar de firmar hoy media hora antes.

Empezar por el hartazgo: literatura de templarios, misterios alejandrinos, vampiros enamorados, tierras ignotas llenas de magos y dragones... todo ello repetido una y otra vez, una y otra vez, entre el entusiasmo de los lectores. Perdón, los compradores.

Pero empezaré por Lara y su deseo "Pásalo bien" y mi pesimista contestación -ayer tuve un día de lo más pesimista-: "Ya me extrañaría" y su recomendación final, algo así como "te van a pasar cosas maravillosas", que es lo mejor que se le puede decir a alguien antes de colgar el teléfono. Se lo recomiendo.

Lara y luego el paseo tranquilo con el iPod a todo trapo. La decisión firme de no comprar ni un solo libro, dejarlo todo para una mañana tranquila de entre semana, cuando realmente me pueda parar y hojear y sentir ese libro como algo mío y no como un producto más de fábrica. La temperatura ideal, quizás algo de bochorno. El cielo, cada vez más negro. Menos niños de lo habitual, sin saber si eso es bueno o malo.

Yo diría que bueno.

Los autores. La sensación de querer y no querer. Querer ser uno de ellos y no querer en absoluto ser uno de ellos. María Antonia Iglesias firma su "Memoria de Euskadi" a una señora que, a cambio, le regala una piruleta de UPyD. El librero sonríe. Iglesias, no. Lo que faltaba: que les tiren cacahuetes. Hasta ahí podíamos llegar. Eduard Punset tiene la cola más grande -disculpen, pero es así-, Javier Cercas sonríe estoicamente, Lucía Etxebarría está un poco en el extrarradio, la parte de la Feria con solo una fila de casetas, igual que Bernardo Atxaga... Ver a un escritor en la Feria del Libro es generalmente un espectáculo penoso. Todo el mundo tiene cara de querer irse cuanto antes. Yo les entiendo perfectamente. Se les ve tan indefensos; tan, tan indefensos...

Los editores. Enrique Redel saludando efusivamente desde la caseta que Impedimenta comparte con Península y otra editorial más. Reconozco que tengo un problema con los editores. No un problema personal, en absoluto, o no un problema de carácter. No sé cómo explicarme. Mi problema es que no los conozco, no tengo ni idea de quiénes son. Chus Visor se vislumbra tras la puerta de su caseta pero dudo que me reconociera. Me paso por La Fábrica, pero Camino no está. No veo a Juan en Páginas de Espuma. No sé a quién demonios le mandé mi ejemplar en Lengua de Trapo.

De hecho, todos esos nombres me abruman y me desconciertan y me hacen querer volver a mi pequeña casita con mi portátil rebelde y escribir y no publicar jamás, jamás, jamás...

Sigo. Esquivando parejas y pasando canciones. Es la parte de los truenos, justo antes de la carrera. Más libros de Antonio Vega que de Benedetti. En "Tres Rosas Amarillas" no está José Luis. Es increíble la cantidad de gente que puede no estar a la vez en un mismo sitio. Por megafonía anuncian que van a retirar los toldos, porque se dañan bajo la lluvia. La invasión se da por hecha y se invita a la retirada.

La tormenta es una señora tormenta y yo no sé qué hacer. Son las nueve de la noche y he cumplido mi objetivo: no llevo bolsa alguna. Quizá mañana (quizás hoy). Me acerco hasta la sobrepoblada estación de Retiro y cojo el metro hasta Santo Domingo, esperando lo asombroso. Cuatro goles de Eto´o o algo semejante.