domingo, junio 28, 2009

Del Matadero al Leidi Pepa



Cuando me levanto y miro la ropa tirada debajo de la cama, me acuerdo de que ayer -¿ayer?- estuve en una fiesta. Era una fiesta en la que había que vestir de negro. La fiesta de la luna oscura o algo así, organizada por Ron Barceló y con Arturo Paniagua de excelente acompañante.

El Matadero, lleno de gente guapa. Exageradamente guapa. Gente de revista y peli porno y prostitución de lujo. Ese tipo de belleza extraordinaria de 1,90 y piernas infinitas y sonrisa diabólica. Lo que hemos soñado en toda nuestra vida junta visto en un paseo de la entrada a la barra.

Arturo me presentó a sus amigos de Cutty Shark y a unos chicos de una agencia. No recuerdo los nombres, pero recuerdo las plataformas y los disfraces y que fui a hacer una foto pero luego no me atreví porque los de seguridad miraban y nunca sabes cuándo te van a echar a patadas de un sitio, así que me quedé en medio de una pista de baile gigante, sudoroso, superado, síndrome de Stendhal, el suelo vibrando, las luces mareándome y una copa gratis en la mano.

Le dije a Arturo:

- Vámonos, aquí no pintamos nada.

Y nos fuimos.

Al Búho Real. Era el cumpleaños de Chus y andaban Pablo Ager y César Valencia por ahí. Arturo tomó una copa y se fue a casa, yo me quedé. Hice bien. Caras conocidas y clásicas, habituales del Búho como Juanan Herrera, tremendamente encantador, Nares, Sonia, Tiza, que acababa de tocar...

Toñín y yo cantábamos las canciones de la lista de reproducción: Heaven ain´t close in a place like this.

Hubo conversaciones sobre Michael Jackson. Inevitable. Incluso vídeos en la televisión. Todo el mundo era escandalosamente joven y entendía las cosas a medias. Nadie podía culparles. Después de New York, New York como siempre, nos echaron.

Nos quedamos fuera. Pensamos en despertar a Conchita, pero no lo hicimos. Llamamos a Chus pero no lo cogió. ¿Dónde estaría Patricio? Quizás era un poco tarde para averiguarlo. Fuimos al Leidi Pepa (creo que ni siquiera lo tienen escrito así, puede que sea Laidi). Alguien hablaba de un trapecio. Alguien tenía "K.O. Boy" como politono del móvil.

El señor de la entrada dijo "¿Vais a comer algo, no?" y la respuesta fue sí, aunque en realidad es absurdo que te obliguen a comer en un sitio que está vacío. Sólo otra mesa ocupada y Pablo, Laura y yo comiendo espaguetti boloñesa a 12 euros el plato. Era raro, todo. Escribir una novela con noches en el Leidi Pepa y a la vez estar en el Leidi Pepa, los grupos que entraban y salían, el pianista que tocó tres-cuatro canciones hasta que Pablo cogió la guitarrita y aparecieron unos mexicanos y la cosa se complicó de manera tremenda: Maná, Sabina, incluso Molotov.

Una chica que se llamaba Alejandra y una pareja de algo que podían ser novios o amigos o hermanos y una frase preciosa: "Sí, se está echando un meo, pero me voy con él", que a mí me pareció la más bonita declaración de amor que se puede obtener a las seis de la mañana en una calle de Malasaña.

Sobre todo, si realmente te estás echando un meo.

Obviamente, no estoy hablando de mí.

En fin, la ropa azul marino -yo no tengo nada negro, curiosamente, un chico tan sobrio- tirada por el suelo y el recuerdo del principio de la noche en lo que es algo indefinido entre el principio de la mañana y el principio de la tarde. A veces, escribes cosas que vives y a veces vives cosas que has escrito. Casi palabra por palabra. Los límites de la ficción y la realidad son complicados cuando no escribes sobre mapaches.