jueves, junio 25, 2009

Prosperidad, qué bonito nombre tienes


Bajaba al bar a las ocho y media de la mañana, me pedía un café y veía partidos de fútbol. Ese día jugaban Brasil contra Inglaterra y Ronaldinho marcó un enorme gol desde fuera del área. Había una fan brasileña y algunos hooligans ingleses. Las camareras me conocían perfectamente: yo siempre he sido muy de bares y camareras, incluso con 25 años, o especialmente con 25 años.

L. se pasaba camino del trabajo y me daba un beso. Yo me sentía raro, porque al fin y al cabo era raro: ¿Qué hacía yo a las ocho y media de la mañana viendo un partido de Brasil en un bar mientras los demás trabajaban?

Por las tardes daba clases de inglés e informática en Torrejón. Si uno analiza mi vida, no ha cambiado tanto: vivo enfrente del bar donde me emborrachaba con 17 años y algún día acabaré dando clases oficiales a los chicos a los que daba clases particulares en 2002.

Más cosas del entorno: la tienda de patatas de enfrente de casa, en Ramos Carrión. A mí no me importa que Benjamín Prado proponga que Ramos Carrión pase a llamarse calle Benedetti porque él vivía ahí también, pero en cierto modo me parece un asalto a mi infancia. La tienda de patatas y barras de pan de 40 y 50 céntimos. El parque con su campo de fútbol lleno de dominicanos, el Caprabo al lado de Corazón de María. La propia Corazón de María desembocando en el túnel nauseabundo.

Prosperidad era como un salvaje Oeste dividida por su propio Pecos. En nuestro caso, López de Hoyos. Estaban los de la izquierda de López de Hoyos y los de la derecha, según subieras o bajaras la calle. Yendo hacia Arturo Soria yo era de los de la derecha: los de las tiendas de ropa pijas de Clara del Rey, el VIPS, el Opencor, los restaurantes caros, los colegios privados... Del lado izquierdo quedaban un montón de calles caóticas y sin civilizar, que se entrecruzaban sin sentido y que acababan en el Parque de Berlín o el Auditorio Nacional.

Una vez tirotearon a un tipo a la salida del V.O. Así, sin más.

En el lado derecho teníamos otro tipo de bares, bares de Hombres G, como el "Pop N´Roll" o bares sospechosos como el "Kundún", siempre vacío y enorme. Tampoco es que saliéramos mucho por la parte derecha ni por la izquierda. Salíamos por Malasaña y al final tuve que quedarme a vivir ahí, que le íbamos a hacer. Predestinación.

Si caías para abajo. Si te dejabas caer, quiero decir: tienda de patatas, curva Benedetti, campo de fútbol a la derecha, BBVA en la esquina, tienda de fotocopias, bar con Vía Digital, Caprabo... y te atrevías más allá de Corazón de María, hasta Padre Claret, IBM, toda esa zona inquietante que te llevaba hasta la M-30 o la incorporación de la Carretera de Barcelona. Si hacías todo eso, te embargaba una tristeza infinita. No sé por qué, pero las carreteras es lo que tienen, supongo. Entristecen.

Te quedabas ahí, justo enfrente de la casa de L., al lado de la residencia de la abuela y veías a los perros pelearse en los parques con barro. Tenía cierto encanto estético, pero poco más.

Obviamente, decidí no volver. No digo no volver nunca porque decir esas cosas es una chorrada enorme, pero no de momento. Me siento bastante incapaz de tomar una coca-cola mientras veo Kiss TV y leo "El País" antes de que empiece el fútbol. Como mucho, repetir patatas bravas en "el bar donde el Valencia ganó la liga".

Eso, como mucho.

Foto sacada de zarandajasdeirene.blogspot.com