domingo, agosto 16, 2009

Evanston, Illinois (II)


Atardece en Evanston y yo salgo a los escalones del porche a ver el sol entre las casas de enfrente y a un grupo de hispanos recoger las cosas que han estado poniendo a la venta todo el día en su jardín. Al lado, tres señoras muy midwestern charlan en voz alta junto a una bandera estadounidense. Inés sale para colocar la matrícula al nuevo Ramón, enfermo hasta ayer, curado y como nuevo, hoy, un día de retraso que recuperaremos en la carretera.

Repaso todos los mensajes que tengo en el móvil, todos los que he recibido en el último año, empezando por los que tú me mandabas a San Sebastián. La melancolía es una cosa muy sana, más en los atardeceres americanos. Luego, pongo el iPod y pienso que Mai Meneses es una de las mejores compositoras de los últimos años y después siento un escalofrío mientras la lluvia introduce a Jim Morrison y "Riders on the storm".

Los vecinos de enfrente siguen recogiendo. Hablan entre sí en un español difuso. Ellos también tienen una bandera estadounidense y están dispuestos a acogerse a cualquier tradición que les haga sentirse menos de fuera y más de casa. Como cuando en La Paloma, ahora mismo, visten a los niños de chulapos y manolas. A los inmigrantes latinoamericanos se les podrá reprochar muchas cosas, pero la falta de entusiasmo no es una de ellas.

Por ejemplo, Susana. Susana Moen, empleada de unos 50 años en un centro de reparación de coches de Evaston, Illinois. Susana nos explica que es boliviana, que todos son bolivianos, y de hecho cuando tiene que abroncar a sus empleados, sus mecánicos, lo hace en español. "En Bolivia, estamos acostumbrados a reparar, aquí simplemente cambian una pieza por otra. Nosotros somos más imaginativos", nos dice, a los dos españoles, pero nos lo dice en inglés. Un inglés con un acento terrible y lleno de incorrecciones pero ese inglés que le hace sentirse más lo que es ahora y no lo que era antes. Una manera de no rendirse, supongo.

Susana Moen y el portorriqueño de la tienda de móviles. Todo en inglés también, pese a tener delante a una Inés y oírnos hablar en español. No, él tampoco cede. Él también tendrá su bandera estadounidense en su porche y se comprará discos de Frank Sinatra.

La gente es amable, muy amable, pero no se mezcla. Eso los inmigrantes lo saben mejor que nadie. O se mezclan lo justo. Quiero decir, todos estos esfuerzos, estas banderas, este idioma, esta limonada en el jardín... no deja de ser en parte un ejercicio inútil. Los estadounidenses ya les quieren como son, pero les quieren exactamente como son: extranjeros. Y les quieren a una distancia adecuada. Por lo demás, sí, son amables. Con nosotros, muy amables, porque nosotros podríamos ser perfectamente midwesterners o incluso westerners directamente.

El primer día aquí, por ejemplo, cuando no teníamos llaves y le preguntamos a una vecina si ella tenía copia. A la vecina equivocada, es decir, a la vecina que no sabía que veníamos. La vecina que, pese a todo, abrió su puerta con una sonrisa y casi nos invita a una empanada. Aquí la gente se mata, es cierto, pero uno no sabe si es por un exceso de maldad o un exceso de inocencia, de ingenuidad. Creo que nunca he visto a gente tan ingenua y con un sentido tan estricto de lo correcto y lo incorrecto jamás. Supongo que, en parte, de ahí vienen sus problemas: Estados Unidos es ante todo un país ingenuo, de puertas afuera y de puertas adentro.

Sólo tiene una serie de enemigos declarados, para poder seguir adelante, y una vez identificados como tales, se llevan todas las culpas. Por ejemplo, el comunismo. En 2009 se sigue hablando de comunismo en los Estados Unidos para criticar el intento de la administración Obama de hacer algo parecido a una Seguridad Social. Es fácil apelar a las presiones de los lobbys de las aseguradoras para explicarlo todo, pero los lobbys saben muy bien dónde presionan. Los estadounidenses están encantados de dejarle una caja de aspirinas a su vecino o incluso llevarle al hospital, pero bajo ningún concepto van a pagarle su médico, o por lo menos no van a dejar que nadie les obligue a que se lo paguen.

Lo que a nosotros, los europeos, nos parece algo obvio: educación y sanidad para todos, no está tan claro aquí. Si yo me pago mi seguro y puedo hacerlo, por qué tendría que financiar con mis impuestos tu médico de la Seguridad Social que yo no necesito? Pídeme un favor y te lo haré encantado, oblígame a hacerlo y te patearé el culo. Hablar de pacto social es complicado en un país lleno de gente tan solitaria. Gente que sonríe y luego entra en un gimnasio y se lía a tiros, o acaricia a su perro mientras ve la Fox y su sucesión inacabable de anuncios.

Un país que se siente continuamente observado. Cualquier idiota madrileño viene aquí una semana y se siente legitimado a escribir su teoría sobre cómo son y por qué hacen lo que hacen.

En el fondo, aquí todo se basa en un equilibrio indescifrable, incomprensible e inexplicable. Un equilibrio sin balanzas, un ejercicio de fe. Estados Unidos entero es un ejercicio de fe sin saber muy bien fe en qué. De ahí la ingenuidad. De ahí, supongo, también, Susana Moen.