miércoles, agosto 26, 2009

Pendleton, Oregon


En las dos horas que estamos parados en el arcén de la I-84 dirección Oeste pasan dos coches de asistencia en carretera y un coche de policía, del que baja un officer rubio y joven que no nos hace enseñarle los papeles ni nos registra los pantalones ni nos pone una pistola en la sien, sino que se limita a preguntarnos si estamos bien y si necesitamos algo. Nosotros le explicamos que nos hemos quedado sin gasolina y que estamos esperando al tipo de la AAA, para que nos traiga algo que nos permita llegar a Baker City, apenas cuatro millas delante.

Sin embargo, el tipo no llega. Inés habla con él varias veces y yo me desespero. No puede ser tan difícil. No se puede ser tan inútil: estamos en el arcén de una autopista con un coche amarillo de 1990. No es algo que pases por encima fácilmente. Además, se lo hemos dejado claro varias veces: a cuatro millas de Baker City, justo cuando el coche empezó a dar tirones y nosotros, en medio de nuestra conversación sobre la izquierda en EEUU, Chomsky en Caracas y las Juventudes Socialistas nos dimos cuenta de que no habíamos rellenado el depósito...



... Sólo que no estamos a cuatro millas de Baker City. De hecho, hemos dejado Baker City unas 25 millas detrás -ah, las conversaciones sobre política y sus efectos devastadores!- y el pobre hombre ya se puede volver loco buscándonos. Inés corre casi una milla para ver el cartel correctamente y el conductor respira con alivio: "ok, now I know where you are", llega en media hora, nos da el combustible y nos manda rumbo a La Grande a comer algo.

No hay demasiadas diferencias entre el este de Oregon y el oeste de Idaho. Prácticamente, ninguna. Pueblos más grandes, quizás, pero también escondidos en medio de nadas desérticas con montañas al fondo. Nos metemos de lleno en La Grande y encontramos un sitio italiano, casero, con cocinera-camarera-propietaria que nos ofrece pasta, pizza, hamburguesa, aros de cebolla... y que sonríe todo el rato. Solo hay otra pareja en el bar. Son casi las cuatro de la tarde, Pacific Time.



Nos hablan de Pendleton, nuestro destino de hoy, medio camino hacia Portland, donde pasaremos dos días. Nos cuentan que hay una especie de "underground city", casas e incluso pasadizos metidos debajo de la ciudad de verdad, construidos por los chinos que huyeron después de la guerra contra Japón, supuestamente la de 1937-1945, aunque quizás cualquiera de las anteriores. Los chinos construyeron su barrio, como en Chicago, como en Nueva York, y jugaron con la idea de una ciudad subterránea.

Lo que pasa es lo de siempre: que cuando llegamos al hotel, a eso de las 5,30, no tenemos ganas más que de tirarnos en la cama y ver "Family Guy" por cuatriplicado y solo conseguimos movernos cuando ya es de noche cerrada, downtown pequeño y oscuro y casi vacío. Un sitio donde no hay comida pero sí bebida y cierto ambiente juvenil de pueblo. Otro sitio metido en un callejón, con apariencia de estar cerrado y unas escaleras que bajan hacia un salón enorme. Como un Laidi Pepa pero en menos decadente: varias televisiones con béisbol y fútbol americano, una mesa de billar e incluso máquinas tragaperras.

El bar se llama Crabbies y sirven comidas. En concreto, unas alitas de pollo. Nos las sirve el propio Crabb, dueño del local. Es martes por la noche. Las diez de la noche, que en Oregon deben de ser las dos de la madrugada -de hecho, en Madrid, literalmente, son las siete y en España empieza a amanecer-. Un tipo se acerca a pedir cambio a la barra y Crabb no mantiene conversación con él, simplemente le da las monedas e intercambia monosílabos. Nosotros hablamos de Herreros, Pepu Hernández, Pinone, Jiménez, Chandler Thompson, Pancho Jasen, Orenga y Danko Cvjeticannin.

Inés no sabe quién es Cvjeticannin. El otro día discutimos sobre si Xavi era el mejor jugador español de la historia, pero tampoco nos pusimos de acuerdo.