miércoles, agosto 12, 2009

Pittsburgh, Pennsylvania


Entramos en casa y el gato apenas nos mira y pasa de largo. Es mi problema con los gatos: podríamos ser unos peligrosos asesinos o una pareja de mormones o los amigos de sus dueños que andan de road trip por la zona y a él le daría exactamente igual. Inés me dice su nombre pero en lo que a mí respecta es "gato" y punto y le dejo fuera de la habitación mientras me echo un amago de siesta y él rasca la puerta para que le deje entrar como si hubiera ahí algo que realmente necesitara, que le hiciera absolutamente imprescindible el subir al sofá y despertarme y arañarme el brazo...

Fuera, llueve. Con ganas. Es la primera vez que llueve con ganas en todo el viaje, el calor es a veces tan agotador como la propia carretera. Estamos en una zona residencial de Pittsburgh llamada Squirrel Hills realmente preciosa, con sus porches y sus patios y su vegetación por todos lados y toda la tranquilidad y variedad que le falta a Manhattan en una sola calle.

Todo aquí es verde. Todo. Desde Nueva Jersey hasta aquí, una sucesión de bosques que no consigo fotografiar desde el asiento de copiloto. A veces la cámara corta a lo obvio: a las cabinas que hay cada milla para que llames si tienes un acciente, al coche de policía esperando en un camino de tierra para salir disparado detrás de cualquier espídico...

En Estados Unidos, todo lo has visto antes y no sabes hasta qué punto eso te tranquiliza o te inquieta.

Creo que el viaje de la mañana nos ha dejado algo tocados a los dos. Seis horas de carretera sencilla, pero carretera. Mucho sol, ya lo dije. Agua caliente. Todo malas combinaciones. Al menos, eso sí y como siempre, nuestra banda sonora. Tiene un punto impresionante escuchar determinadas canciones en determinados paisajes.

Yo, con mi afán de hacer historia en cada cosa que hago, me conformo con pequeñas cosas: no me importa ver la mitad de lo que debería o ponerme delante del televisor a engancharme con reposiciones de "Salvados por la campana" o "El show de Bill Cosby". No, no me importa porque luego pienso para mí, "vale, pero estoy en Pennsylvania" o "vale, pero mañana estaré en Ohio" y el personaje sonríe satisfecho, objetivo cumplido.

La persona? Bueno, la persona está todavía un poco dormida y cansada y no se entera cuando le hablan en los supermercados. Eso es lo que más le molesta de todo: no enterarse cuando le hablan, porque al fin y al cabo, se supone que la persona es bilingue e igual que al personaje ese punto ausente, de inmigrante perdido, le queda bien, al ego de la persona -a mi ego, caramba- le resulta un poco humillante. Yo le prometí al hombre de inmigración que era profesor de inglés. Tengo unas responsabilidades.

Molly y J. aún no han venido. Creo que vamos a hacer tortilla de patata. Este es el típico comentario intrascendente, ahora que lo pienso. Siempre he perdido interés por cualquier historia de viajes que llegue al punto "vamos a hacer una tortilla de patatas". Eso quiere decir que desde este momento están legitimados a dejar de leer.

En fin, que haremos tortilla de patata, repasaremos pasados y nos acostaremos pronto. Mañana iremos a Toledo, Ohio, a hacer noche. No les hizo siempre gracia lo de que hubiera un Toledo en Ohio? A mí, sí. Por eso, vamos, creo. Por eso y porque Chicago está demasiado lejos, así que vamos a moderar los esfuerzos un poco. Pittsburgh, Toledo, Chicago y luego creo que Sioux City. No lo diría seguro. Lo diré seguro cuando esté ahí.

Ahora les dejo, la cebolla me espera.