jueves, agosto 27, 2009

Portland, Oregon


Alberta Street está cerca del aeropuerto de Portland, así que, como es de noche, podemos ver las luces de los aviones cayendo en picado sobre las pistas de aterrizaje. Es una calle fashion, hipster que le llaman ahora de nuevo. Una calle con restaurantes tailandeses, peruanos, mexicanos, japoneses... con sus terrazas en la calle, tres mesas como mucho con dos o tres sillas alrededor. Gente muy joven y con aspecto bohemio. Por fin, después de dos semanas y media de América profunda, esto parece de nuevo una ciudad.

Nos metemos en un restaurante italiano, un encantador restaurante italiano con las luces casi apagadas y música baja de buen gusto -nada de merengue, nada de bachata- y me tomo un solomillo de escándalo, con su pan correspondiente e incluso un vaso de vino. Ted Kennedy está en todas las televisiones y las banderas oficiales ondean a media asta. Uno no acaba de enterarse si era un borrachín de mala vida bendecido con un apellido poderoso o si realmente era un genio de la política nunca justamente valorado.

Tampoco es que a la gente parezca importarle demasiado, honestamente.

El oeste de Oregon no tenía nada que ver con el este que comentaba ayer. El oeste de Oregón es probablemente el paisaje más bonito de los que hemos cruzado: a nuestra derecha, durante todo el camino, el río Columbia, impresionante, ancho como el Mississipi, más que el Missisipi, en ocasiones, con sus islas, sus barcos, sus millas y millas de recorrido y sus presas que unen el río con otro río, en este caso el río Hood, que viene directamente de la montaña del mismo nombre, en el horizonte, de repente, sus 3500 metros saliendo imponentes de lo que prácticamente es ya nivel de mar. El Pacífico a unas cien millas de distancia.



El azul aquí es de una intensidad que te agarrota, que da miedo tocar, o más que miedo, respeto. Nunca me bañaría en uno de estos ríos o lagos. No osaría. Verde, azul y amarillo y ni una sola bolsa de patatas en el camino. Pensaba, el brazo fuera de la ventanilla, el viento entrando a 70 millas por hora, en los otros baños del verano. Los baños de Benicassim, los baños de Terrassa. Eso ha sido el verano: Terrassa, Benicassim y 3000 millas de Estados Unidos. En medio, producción y dirección de un cortometraje.

Business as usual.

La mezcla de colores llega hasta el mismo Portland, hasta las señales verdes de "You are entering Portland", lo cual, ya digo, no es del todo cierto, porque no es Portland sino el Barajas de Portland. Suficiente, en cualquier caso. Hoy sitiamos la ciudad y mañana la atacaremos. Los aviones siguen cayendo detrás de las ventanas. Inés me promete llevarme a la librería más importante de todo EEUU. Miedo, tengo miedo. Esta tarde, comiendo en un restaurante de urbanización lleno de ancianos que se aprovechaban de sus descuentos hablábamos de mi dificultad para conocer a la gente correcta y hasta qué punto eso era importante o no.

No llegamos a ninguna conclusión exacta. Eso sí, la ensalada estaba deliciosa. Portland, de momento, es un paisaje, una actitud, un olor a espíritu adolescente y un buen montón de comida rica y moderadamente sana. Portland, de repente, es algo parecido a Europa. Una manera de irse acostumbrando a la vuelta poco a poco.