jueves, agosto 20, 2009

Sturgis, South Dakota


En seguida te das cuenta de que Estados Unidos no existe y que como no existe tienen que apelar al himno, a la bandera y a los colores. Estados Unidos no puede existir, no puede ser un país, no tiene ningún sentido. Puntos comunes, eso es todo. Demasiada gente distinta, demasiadas tradiciones, demasiados acentos, demasiados prejuicios y valores... Sería como pedirle a un solo tipo que gobernara España, Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, Rumanía, Grecia, Polonia, Rusia...

Imposible. Eso no existe. Si quieren lo inventamos y le damos un nombre común, pero no hay manera de encontrarlo de ninguna manera. Lo llaman América y así disimulan su incapacidad. Hacen monumentos grandiosos, como grabar en la roca las caras de cuatro presidentes al azar, obra de una especie de pirado que ahora es héroe nacional, porque, saben qué? Le salió bien chulo.

Es un día de lluvia. Un día estético. A las seis y cuarto, las holandesas de al lado salían en su coche y la gente que me cruzaba camino al baño murmuraba "morning" y amagaba una sonrisa. Ni siquiera amanecía, eso fue a las cinco. De repente, se nubló todo. Entré de nuevo en la tienda e intenté dormir. Lo conseguí, por supuesto, pero ahí estaba la lluvia. La hermosa, indescriptible sensación de que esa tienda, esa tela endeble se yergue frente al viento y la lluvia de la inmensidad y que tú estás ahí, en parte a la intemperie, en parte protegido. La naturaleza desde la distancia calculada. Kant.



En Mount Rushmore chispea, pero poco. A ratos. Washington, Jefferson, Lincoln y Theodore Roosevelt. Nos preguntamos qué hace ahí Roosevelt. Sin acritud, pero, por qué no Adams, por ejemplo? Porque no. Porque da igual Porque no existe. Porque lo único que cuenta es el símbolo y el símbolo es una convención y si hay que admirarse ante Roosevelt pues Roosevelt y punto. Decidimos comer en Keystone, otro símbolo. Sin vaqueros de verdad pero con muchos vaqueros ficticios y peleas organizadas en los saloons. Almería. Uno sabe cuando está en Almería y cuando está en South Dakota, por mucho que se empeñen.

Custer State Park. Es difícil ver algo más bonito y variado en una hora y apenas 20 millas. Poder parar en cada rincón y admirar un paisaje, un burro, un ciervo, un bisonte, una cabra... las construcciones verticales de piedra caliza en forma de aguja, los túneles de una sola dirección, pite antes de pasar. La camaradería del extranjero. Obviamente, ahí, en ese parque todos somos ajenos y todos curioseamos. No son las Badlands. Es una chica muy guapa frente a una chica misteriosa. Esta es la guapa, la evidente, la que todos persiguen en el instituto. Sí, pero Fuerteventura, Badlands, los misterios...

Yo y los misterios, qué tema recurrente.



La lluvia, de nuevo, camino de Sturgis. La lluvia y un frío terrible, de repente, nada comparado con el invierno en el norte de Estados Unidos -media de temperatura máxima en Black Hill durante el invierno, menos un grado centígrado-. La noche, de repente. Atardece muy lentamente pero anochece sin más, en un instante. Las cinco de la tarde pueden ser las siete, pero las ocho.... las ocho pueden ser las cuatro de la madrugada.

Inés acaba sus partituras y orquestas y yo saco la cena del coche: zumo de naranja y jamón de york, con patatas de bolsa como complemento. De vez en cuando, tomo notas para novelas que me darán la fama y serán espantosas.