domingo, agosto 23, 2009

Yellowstone and Grand Teton National Park


Cada uno imagina el infierno a su manera. A mí se me presenta en forma de camping. No solo de campo, sino de camping. En forma de tienda que hay que montar y desmontar y bichos dentro y fuera, picaduras, cuartos de baño llenos de arañas, vecinos ruidosos, humo e intentos de parrillada...
No ayuda que en Yellowstone huela a azufre constantemente.

Los recuerdos anteriores: patilargas en Gredos, aquellas tiendas azules con poste en medio, las mochilas detrás del poste, los sacos delante. Cuatro o cinco por tienda. 1986, 87 y 89. Vagones con olor a sudor y a pajas, San Martín de Valdeiglesias, pinos y mosquitos, canciones grunge, 1994. Traumas de infancia, una especie de promesa de no repetir jamás, ataques de ansiedad nada más llegar a las ordenadísimas y numeradas zonas de acampada.

Yellowstone, 2009: Nada más llegar, un lago enorme -un país lleno de lagos- y un bisonte en medio de la carretera. La gente para su coche, hay más bisontes, los niños salen y hacen fotos, los conductores les animan, como si fueran cervatillos. No, no son cervatillos, son bichos de 800 kilos y que pueden correr a un máximo de 50 kph. Así lo pone en el folleto informativo. Por supuesto, yo participo del entusiasmo irresponsable y me pongo en medio de la carretera y saco mi foto. Esta foto:



Pero luego vuelvo corriendo como un cobarde y le digo a los que aún se preguntan por qué están parados: "a bison, a bison". Aunque no es un bisonte, son muchos, bisontes por todos lados y luego ciervos, ya sí, y por la noche los lobos aúllan, mientras yo me caigo de la esterilla y tengo frío y los lobos siguen aullando a lo lejos, las cuatro de la mañana, Inés también los oye, y en medio un montón de árboles quemados, recuerdos de un incendio brutal en 1998, una belleza insatisfecha, una enormidad sin Yogis ni Bubus sino familias y sobrepoblación de turistas. El azufre. Los geisers blancos. Los ríos y los lagos, como siempre.

Ríos y lagos en Grand Teton, también, parque contiguo. Grand Teton tiene menos y más. Menos gente, mucha menos gente. Menos cuidado, también, y a su vez más dejadez y más suciedad y desde luego muchos más mosquitos, no sé por qué pero más mosquitos y ningún oso, vale, ninguno, en ningún lado, pero sí ciervos y ardillas, incluso a la salida del baño. Sales del baño y ale, un ciervo mirándote, a su bola, pasando de largo, tan tranquilo. Hola. Hola.

Grand Teton es un monte enorme. Una montaña. Es Suiza. Un lago descomunal, azul, rodeado de piedras y turistas rusos que se bañan en el frío y a sus espaldas unas montañas de 4000 metros, con una tierra caliza, blanca, arriba del todo que se confunde con la nieve. Esa es la presentación y nosotros nos tiramos entre las piedrecillas y las tiramos al lago, aunque no boten. Yo escribí un relato sobre una Inés y un Guille que hacían esas cosas en Ávila en 2001 y nosotros procuramos estar a la altura.

Es uno de esos momentos de felicidad absoluta. De los contados que hay en una vida. Un momento suizo. Mi felicidad tiene algo que ver con la decadencia suiza y su naturaleza de balneario. Nada que ver con las familias estruendosas y sus conversaciones de madrugada o con los mosquitos voraces o con las caravanas aparcadas junto a antenas parabólicas -yo me quedaría con los Alpes de Wyoming, sus lagos, sus bisontes y sus ciervos furtivos y probablemente dejaría la tienda para otro y me pondría a ver la Supercopa, por ejemplo-.


El caso: rodeamos el lago por todos los lados, pero no se rinde. Yo me quedo junto a la tienda leyendo Sports Illustrated -este fin de semana es el Football Fantasy Draft- y Bolaño, mucho Bolaño, todo Bolaño. Inés se pone el bañador, se va con los rusos y se baña.