martes, septiembre 08, 2009

Michael Moore, Oliver Stone y Hugo Chávez


El Festival de Venecia está deparando momentos realmente divertidos, a los que San Sebastián, por ejemplo, nunca podrá aspirar por su comprensible desprecio de lo excéntrico. Por ejemplo, esa rueda de prensa de Michael Moore en la que, tras atacar al capitalismo y acusar a la prensa de actuar sólo movidos por el dinero, un grupo de mercenarios periodistas se levanta uno tras otro para informarle de que sus relaciones públicas cobran cantidades insultantes de dinero para "conceder" entrevistas a los medios.

Es decir, que entrevistar a Michael Moore cuesta entre 2000 y 6000 dólares. O eso dicen. Al parecer, la agencia los pide, la distribuidora los paga y luego llama a los medios correspondientes que le convengan para la promoción. Si no estás ahí, ya sabes, a pagar...

Moore se escandalizó y se puso pálido. "¿Es eso verdad? ¿Tenéis pruebas?" Por supuesto, yo no creo que ese dinero se lo lleve el director. Moore es un tipo muy ingenioso a la hora de defender unas ideas muy simples. Un propagandista, vamos, pero un propagandista de altura. No le considero un cínico, es decir, no considero que sea un tipo capaz de atacar al capitalismo y dar lecciones de moralidad y antes cobrar en efectivo y para el bolsillo. No, eso se lo deja a su entorno.

Otro gran momento: el estreno de la película de Oliver Stone sobre la supuesta revolución en América del Sur, la famosa revolución bolivariana que pregona Chávez y que trajo al presidente venezolano bajo palio por las calles de Venecia. "Es tan bueno, hace tantas cosas por su pueblo, es una esperanza para todos nosotros", se empeñaba en repetir el director estadounidense. "No sé por qué le llamáis dictador, no es un dictador", abroncaba al corresponsal de "El País", acusado por Stone y su entorno de ser el periódico de Europa que peor trata al nuevo Mesías. ¡El País, esa panda de fascistas!

Con todo, Chávez es un dictador. Un caudillo, más bien, si quieren. Un líder, un guía -führer-. Los conceptos son independientes de las causas. Uno puede convertirse en un dictador porque su pueblo le vote o porque tome al asalto el Palacio de la Moneda. Se dirá con razón que la moralidad de cada caso es más bien distinta. Por supuesto. Pero un tipo que gobierna a golpe de decreto personal, cierra emisoras a su antojo, arrincona a la Oposición, tiene su propia guardia pretoriana repartida por las calles y se basa en la legalidad de su propia Constitución Bolivariana es un dictador.

En Venezuela no hay poder judicial, legislativo ni ejecutivo. No hay democracia, por tanto. Hay elecciones, vale, pero no democracia. Lo que hay es Chávez y sus plebiscitos. El único dictador tan tonto como para perder su propio plebiscito fue Pinochet, y desde entonces nadie ha vuelto a caer en errores de ese tipo.

La admiración de Stone y parte de la progresía estadounidense por Chávez es insólita y peligrosa. Uno puede quedarse sin gasolina discutiendo camino de La Grande, por ejemplo. Parece increíble que nadie caiga en la endeblez ideológica del sujeto y en el inmenso culto a su personalidad. Su estilo de matón barriobajero. Su manera de acabar con todo el que le moleste y no escuchar jamás mientras pide a los demás respeto y diálogo. Es una mezcla entre Mussolini y Jesús Gil.

Apelar a que sus decisiones son legales, teniendo en cuenta que cumplen su propia ley, es cómico. Es exactamente lo que hacía el franquismo más rancio. Los juegos populistas, tanto de izquierdas como de derechas, han creado millones de muertos en todo el mundo hace muy poco tiempo. En Sudamérica han provocado miseria, sangre, violencia y exilio en casi todos los países. Hay que tener mucho cuidado con los populistas y evitar desde luego seguirles el juego y presentarles como salvadores.

Mientras tu equipo de seguridad guarda atento tu casa de Beverly Hills.