jueves, octubre 22, 2009

Lara Moreno- Cuatro veces fuego


Madrid, noviembre de 2008

Durante años, los jóvenes escritores españoles han ido abrazando sin contemplaciones lo que podríamos llamar una “literatura de guionista”: relatos y novelas de clara influencia estadounidense, con diálogos fluidos, aparente naturalidad, descripciones mínimas -casi como indicaciones de escena- y un cierto gusto por impresionar con frases espectaculares, destellos que deslumbran al lector poco avezado, pero sin demasiado significado real.

No es que tenga nada en contra de esa literatura. Todo lo contrario. Crecí leyendo traducciones de Carver y Cheever. Ahora bien, se agradece que de vez en cuando aparezca una escritora de menos de 30 años capaz de recuperar el gusto por la literatura tradicional: por el verbo correcto, por la estructura compleja, por el saber adjetivar sin limitarse a rehuir el adjetivo.

“Cuatro veces fuego”, de Lara Moreno es un excelente ejemplo de que se puede hacer esa literatura y resultar igualmente brillante. Su libro es una demostración de talento, aunque muestre también algunas carencias, como es lógico en una segunda obra –la primera, “Casi todas las tijeras”, publicada por Quorum Editores en 2004, ya era un excelente presagio de lo que estaba por venir- y sobre todo de valor y personalidad: si bien es obvio que Lara, como prácticamente cualquier escritor novel, “recuerda” a alguien -Cortázar, Onetti, la mejor tradición sudamericana y ciertos rasgos de literatura centroeuropea-, nunca da la sensación de forzar su estilo. Al contrario: todos sus relatos tienen un toque “Lara Moreno” que es lo que da auténtica unidad al libro.

Cabe la duda de si Lara es una prosista o una poeta. Probablemente, ambas cosas. Su gusto por la imagen precisa, por la descripción copiosa, viene sin duda de cierta tradición lírica. Lo descarnado de sus emociones, la facilidad con la que se habla de sentimientos, de sensaciones. Lo crudo, lo impúdico, diríamos, de sus orgasmos, sus cafés, sus cigarrillos, su Madrid encajado en el convulso barrio de Malasaña, tiene como origen la honestidad brutal de la poesía, por ejemplo, la de su admirada y varias veces citada Alejandra Pizarnik.

La autora, como buena poeta, como buena escritora, se asoma y se esconde, golpea y retrocede. Su universo es un universo de encuentros furtivos e historias de amor melancólicas. No da la sensación de que ningún personaje del libro sea feliz. Todo lo contrario. Con sus tremendos nombres –Calígula, Donato, Armónico, Véra… - los personajes van arrastrando sus nostalgias y sus anhelos por la ciudad, sin encontrar salvación aparente. Sin buscarla, siquiera.

Hay algo de la ilusión del niño y la resignación del anciano en cada uno de ellos.

El problema que encontramos con ese estilo lírico, desgarrador y misterioso es, en ocasiones, un cierto gusto por lo críptico, por lo inefable. Demasiados relatos resultan francamente incomprensibles, no por incapacidad desde luego, sino por deleite. Un esfuerzo en mi opinión innecesario por complicar las cosas. En ocasiones –véase el magnífico relato “La Menuda”, con ese inquietante Sarif de por medio- el misterio funciona. En otros –“Paraíso y caos”, por ejemplo- uno no puede evitar reconocer el enorme talento literario de la autora pero se queda pensando al filo de la historia, algo desconcertado: “¿Qué quería contarme?”.

El tono alto constante de la obra puede llegar a abrumar. Es el riesgo que corren Lara y Tropo Editores al incluir nada menos que 20 relatos, en su mayoría breves, en una sola colección. Demasiados cafés y cigarrillos en pocas páginas. Demasiados amores furtivos. A veces se agradece que Lara baje un poquito a la tierra y adopte un tono más asequible, más mundano, por ejemplo en “Efectos secundarios”, un divertido y entrañable relato cuya lectura resulta más fluida, más fácil, sin perder por ello ni un ápice de calidad.

No abusar de la normalidad no implica tener que eliminarla. Los extremos se tocan.

En cualquier caso, si algo hay que destacar de Lara es su honestidad. No hay ni una sola frase en su libro que suene impostada, torpe. Puede gustar su estilo o no, puede distraer o puede enganchar, pero es suyo. No pretende impresionar a nadie. Al contrario de los guionistas que citábamos en el primer párrafo, Lara no busca frases huecas sin sentido. Al revés, Lara complica tanto los sentidos que al final se pierden, pero en un puro acto de rapto casi poético. A veces, da la sensación de que el lector no existe, que está a una distancia infinita, que no hay la más mínima tentación seductora. Y se agradece.

El “pacto de ficción”, tantas veces vapuleado por los escritores noveles, se mantiene intacto en “Cuatro veces fuego”: si bien decíamos que en todos los relatos se reconoce a la escritora, en ningún momento se ve detrás el trasunto de una vida personal descompuesta en veinte anécdotas camufladas. No, Lara es Lara por su estilo. Nadie podría hacerse una idea de cómo es cuando suelta el bolígrafo o levanta las manos del portátil. A nadie le interesa. A ella, la que menos.

“Cuatro veces fuego” está dividido en cuatro secciones, aunque hay que advertir que dicha división resulta más aleatoria que otra cosa. Aunque los cinco relatos que componen cada una de las secciones puedan tener un aire de familia entre sí, lo cierto es que también mantienen ese mismo aire de familia con respecto a todos los demás, así que debemos interpretar la separación como una tregua para el lector. Borrón y cuenta nueva. O casi.

La soledad, la muerte, el amor, el sexo, el sufrimiento… mucho sufrimiento y mucha entereza. Eso es lo que nos presenta Lara Moreno en su libro. Un sufrimiento y una entereza –sus personajes pecan de madurez, me atrevería a decir, pero es un respiro necesario en tiempos de adolescencia perenne- que se ven con especial claridad en el relato “Incisiones”, donde el dolor físico y el emocional se mezclan entre sí dejando una obra redonda y tremendamente representativa.

Si Lara o Tropo se hubieran decidido a acortar un poco el número de relatos, probablemente el libro lo hubiera agradecido. Con todo, es una referencia ineludible: otra literatura es posible. Lara Moreno tiene toda la pinta de que va a estar por aquí muchos años y nadie debería perderse sus fiestas de bienvenida.

P.D. Esta reseña llevaba un año "congelada" a la espera de su publicación en la revista del Ministerio de Asuntos Exteriores, "Cuadernos Hispanoamericanos". Desgraciadamente, y por razones que aún se me escapan porque no he recibido aclaración al respecto, finalmente no se ha publicado.