sábado, noviembre 14, 2009

El Festival Eñe



Obviamente la duda es si uno quiere escribir o ser escritor y eso vale para todo: ¿Hacer música o ser músico?, ¿hacer películas o ser director?, ¿dejarte el talento y la piel en cursos y castings o limitarse a repetir "soy actriz"? Esa es la duda que sobrevuela el Festival Eñe, un monumental esfuerzo de La Fábrica y su revista de literatura, que ha reunido en el Círculo de Bellas Artes a todo lo que merece la pena del mundo de la escritura: editores conocidísimos y editores desconocidos; escritores consagrados y aspirantes en el camino; críticos y colaboradores, filósofos, lingüistas...

Aquello recordaba un poco a las reuniones de la Unión de Actores: un montón de caras conocidas y una gran inmensidad de aspirantes, todos con nuestras colaboraciones, nuestros manuscritos, nuestros "yo he publicado aquí", "yo he publicado allá". Grandes cantidades de entusiasmo y grandes cantidades de ansiedad. Sobreexcitación-frustración, que diría Vicente Villanueva.

Hay algo excesivo en el mundo de la literatura. Hay algo excesivo en cualquier mundo, supongo. Uno entra en una convención de literatura fantástica porque le ha gustado un libro de Philip K. Dick y sale sin ganas de volver a leer un libro de ciencia-ficción en la vida. El exceso está en la explicación del truco. La constante explicación del truco y el análisis de ese truco y la disección de cadáveres en la que se convierte el impulso primigenio: tengo algo que contar, me siento y lo escribo. La misma disección que acaba con el placer recibido: me apetece que me cuenten algo, abro un libro y disfruto.

El Festival Eñe, con Camino Brasa, a la cabeza puso todos los mimbres para que la gente disfrutara y desde luego muchos disfrutamos, pero las dudas estaban ahí: nadie hablaba de bien que lo pasaba escribiendo o leyendo. Ventas, ediciones, próximos lanzamientos, proyectos rechazados o aceptados, estética, mucha estética; ese punto acelerado que hace que la gente quiera estar sin saber muy bien dónde está o por qué está. La manía de entrar en las conferencias o en las entregas de premio cuando la ceremonia o la explicación ya ha empezado.

Imagínense: entro con un colega, hablando, "¿Dónde nos sentamos? Mira ahí hay sitio. Perdona, ¿me dejas un momento?" y el ruido de los pasos y las sillas y el pobre hombre o mujer en cuestión intentando mantener la conversación de la charla y nosotros intentando seguir escuchando a alguien completamente desconcentrado. Había veces que daban ganas de cantar aquello de "Pero qué público más tonto tengo".

Hay una ligereza en la música que resulta molesta. Que me resulta molesta, al menos. Me refiero a todo ese afán lúdico de "money for nothing and chicks for free". Pero eso es algo. Dionisíaco, si se quiere. La rigidez apolínea de la escritura, de la industria de la escritura a veces me supera. Tanto que uno duda muchísimo que quiera estar ahí: el empeño en pasar a la Historia. El empeño en justificarse. El empeño en demostrar. ¿Y si todo se redujera a "mira, me divierto, no sé hacer otra cosa. Espero que lo que cuente le interese a alguien"? Eso cuesta reconocerlo. Apariencias. Estética, de nuevo. La estética nos mata.

Bajemos a lo concreto. Al recuento de lo concreto: al viernes tarde con Hache. Ni personal assistant ni hostias, Hache. Mi amiga Hache. Reunión de editores de discurso entusiasta y cara de agotamiento. Ser escritor rechazado es un coñazo, pero ser editor y tener que rechazar 300 manuscritos al año, todo para publicar 10 por los que tienes que matarte día y noche no me parece nada deseable. Yo a los editores les admiro. No les peloteo porque eso me parece muy feo, pero les admiro.

Discusión de Lorenzo Silva e Ignacio del Valle sobre Stieg Larsson. Magnífica cuando se ciñe a Larsson; muy aburrida cuando se limita a un elogio constante del otro contertulio y a reflexiones políticas cogidas por los pelos. Conferencia express de Agustín Fernández-Mallo y la constatación de los peligros que rodean a Fernández-Mallo, que es la ejemplificación de toda la esquizofrenia que les intentaba contar al principio. Un tipo de 40 años tiene ganas de contar una cosa. A su manera. Escribe un libro muy mal editado y se convierte en un éxito. Luego escribe otro y el éxito es mayor. Debido a su éxito se le etiqueta como líder de una generación y se inscribe a todos sus coetáneos (tomando como edad la fecha de publicación, no la de nacimiento) en la llamada Generación Nocilla.

¿Por qué? Porque son nuevos, porque son revolucionarios, porque están creando un nuevo paradigma... Historias. Fernández-Mallo escribe buenos libros, interesantes, divertidos. Punto. Más que suficiente, pero punto. No ha inventado nada. ¡No hay por qué inventar nada! Inventar es deseable pero no es obligatorio. Y desde luego Fernández-Mallo no lo hace. Tampoco en la conferencia, donde es ingenioso y divertido, que es lo que tiene que ser.

Y punto.

Luego viene la entrega de premios Cosecha Eñe, con una cosa muy fea que casi prefiero no mencionar, discúlpenme. Concierto de Josele Santiago. Sueño infinito. Vuelta en sábado a las 11: Chema Madoz y Juan Bonilla. Las fotos de Chema Madoz son de lo mejor que he visto en mi vida, un prodigio. Intento hacer fotos, porque, ya digo, yo aquí vengo de turista, no para quedarme. Que igual luego me quedo, pero de momento, ya digo, de paso. Intento hacer fotos pero se conoce que fotografiar a un fotógrafo es imposible. Como lo de los vampiros en los espejos. O eso o que no sé cómo funciona mi cámara.

Fernando Savater y Emilio Sánchez Miguel deparan un duelo de titanes en la quinta planta. Ninguno de los dos, los más brillantes hasta el momento, hablan de sí mismos. Luego llegan Fresán, Loriga e Ignacio Echeverría, crítico y albacea literario de Roberto Bolaño. Es imposible reunir más talento en lengua hispana en un sitio tan pequeño. Repasan trayectorias y expectativas. Es un momento enorme. Enorme para mí. Podría escribir un libro entero solo sobre la importancia de Loriga y Fresán en mi vida. Incluso la de Bolaño. Pero si escribiera libros sobre los libros de otros me convertiría en alguien que ustedes conocen y que yo no voy a mencionar tampoco.

Sí, estoy de lo más misterioso.

En fin, que todo acaba en familia, con la gran Lara Moreno y tres jóvenes valores de la literatura española. Tienen que hablar de lo nuevo. Es una putada hablar de "lo nuevo". "Lo nuevo" no existe. "Lo nuevo" siempre lo ha pensado alguien antes. ¿Qué es lo nuevo? ¿Meter un pantallazo de Google en una página? Menuda revolución. Vaya paradigma de mierda. Lo nuevo no es necesario. Estamos en lo de antes: puede ser deseable pero no exigible. Lo nuevo, además, no justifica nada. Uno de los chicos, no recuerdo cuál, explica cómo publicó por primera vez. Luego da un consejo muy sabio de cómo se debería intentar publicar por primera vez.

Alguien dice algo así como "intenté contar algo nuevo, para que tuviera sentido que me publicaran". No, lo nuevo no justifica la publicación, insisto. La gente quiere historias. Siempre querrá historias y nunca serán las mismas. ¿Tienes una buena historia? Muy bien, adelante, cuéntala. Vívela con pasión y cuéntala. Olvida por un momento estructuras, referencias, esqueletos y vísceras. Disfruta. Puede que a alguien le cambies la vida.

En definitiva, escribe.