miércoles, abril 28, 2010

Esperando a Mr. Clegg


Crecí rodeado de ingleses y no crean que eso me ayudó en absoluto a entenderles. En realidad, son imprevisibles. Uno se siente tentado de decir que son ordenados, disciplinados y conservadores pero luego les ves en un campo de fútbol y se te quitan las ganas de todo eso. O bailando los "Pajaritos" en Benidorm. O viendo una película de Peter Sellers, los Monty Pythons, Little Britain, etc. Una mezcla extraña de James Bond y Benny Hill.

En fin, a lo que íbamos, el misterio de los ingleses. En 1979, Margaret Thatcher fue elegida como primer ministro del país, cargo de concepción ya masculina -prueben a decir "primera ministra" y a ver si entienden algo- en un momento en el que las mujeres en política pintaban más bien poco. Desde luego, Thatcher no era una excéntrica, todo lo contrario. Y odiaba que se refirieran a ella como mujer. El caso es que se tiró once años en el poder, hasta 1990, y si lo abandonó fue porque su propio partido así lo quiso, dando paso a John Major, que gobernó hasta 1997. Dieciocho años tories.

Aquel año, el de la muerte de Lady Di, llegó al poder el laborismo. Un joven entusiasta llamado Tony Blair. Bien, aquel joven se tiró en el poder otros once años, hasta 2008. Pasó por un par de guerras, una recesión económica, algunos escándalos de corrupción... pero siguió ganando. Aquel año le sustituyó su compañero de partido, Gordon Brown, quien se presenta a las elecciones de mayo de 2010 como primer ministro saliente. Trece años laboristas.

Es normal que la gente se canse. La situación política en Inglaterra jamás llegará a los puntos de ruindad de la española, pero también se presta a la crítica y al desaliento. Gordon Brown no es el tipo más carismático del mundo y la economía, allí también, está por los suelos. No tan por los suelos, pero lo suficiente bajo parámetros ingleses. Frente a él se presentaba la alternativa conservadora, David Cameron, un joven anti-europeísta, neoliberal, pero más cercano a la gente, con cierto carisma y la ventaja indudable ahora mismo en cualquier país occidental de no ser el que gobierna.

Igual que cuando los conservadores ganaban una elección tras otra, los laboristas eran vistos como peligrosos izquierdistas capaces de desmantelar el sistema, ahora, con los laboristas instalados más de una década en el poder, los conservadores son sospechosos de lo mismo: quitar pensiones, ayudas estatales, separarse de Europa...

En medio de todo eso ha aparecido el partido liberal-demócrata y la figura de Nick Clegg. No sé mucho sobre Nick Clegg pero no soy el único: en el Reino Unido era un total desconocido hasta que hace un par de semanas empezó a ganar debates televisivos como loco. La situación del partido liberal en Reino Unido es extraña. Hasta la II Guerra Mundial, el laborismo prácticamente no existía: los dos grandes partidos eran el liberal y el conservador. Desde entonces, han sido los liberales los "desaparecidos", aun con resultados que bordean el 20% de los sufragios totales. El sistema de reparto de escaños les condena a ser meros observadores de la realidad política como sucede en España con IU o recientemente con UPyD.

Debido a las peculiaridades de ese sistema, Nick Clegg no tiene ninguna opción de conseguir más escaños que sus rivales pero, por supuesto, tiene la posibilidad de conseguir más votos. Las encuestas dicen que está muy cerca de Cameron y por delante de Brown. En cualquier caso, es la imagen de un cambio verdadero, una excentricidad por fin. Si los otros dos no ofrecen nada o no son de fiar, que haya una tercera vía. Es complicado definir al Partido Liberal bajo los habituales parámetros españoles de "izquierda" o "derecha". Primero, porque esas definiciones en Reino Unido funcionan mal. La teoría les gusta poco, son muy prácticos. Segundo, porque un "liberal" en España es Jiménez Losantos mientras que un "liberal" en jerga inglesa es un progresista.

En cualquier caso, hay un Clegg. Existe. Le votan.

Es devastador que en España ni haya un Clegg ni se le espere. Es increíble que el Gobierno haya demostrado una inutilidad tan asombrosa en estos seis años llenos de idas y venidas, discusiones conceptuales, palabrería, caos económico, cinco millones de parados, etc. mientras la Oposición se dedicaba a reunirse en el Gran Meliá Fénix a repartirse el dinero público, decidir espionajes, negar lo innegable, montar una manifestación cada dos meses para repetir lo mismo y no aportar ni una sola idea nueva.

Es insólito, decía, que con ese panorama político de por medio, no haya nadie que se dedique a apostar por un Clegg o por varios Cleggs. Muchos pensarán que esto es un elogio a Rosa Díez, pero no tiene por qué serlo. Es un elogio a un pueblo que, en un momento dado, dice "basta" y decide votar otra cosa porque ya está bien de que le vacilen. Es un elogio a la síntesis o, por decirlo en términos hegelianos, a la negación de la negación, que no es exactamente una afirmación, pero, por lo menos, es algo nuevo.

Y necesario.