miércoles, septiembre 22, 2010

Come, reza, ama


Este post pretendía ser una sinopsis, pero es más bien un spoiler. Lo hago por su bien.

Julia Roberts es una escritora neoyorquina de éxito. No sabemos bien qué escribe pero sabemos que ha viajado a muchos lugares ayudando como psicóloga en diversas zonas de conflicto. Psicóloga-conflicto-escritora... eso suena a autoayuda, pero en la película no se especifica. En fin, Roberts vive entre conflictos y no se da cuenta de que el mayor conflicto lo tiene consigo misma. No se reconoce, dice. Además, lo dice en off, por si a alguien no le queda claro, mientras ve su matrimonio romperse en pedazos. Esto es algo que ya le había anunciado en su momento un simpático chamán en Bali mientras le leía las manos y le sonreía como si estuviera diciéndole: "A mí no me la pegas, tú eres Julia Roberts". Roberts, llamémosla Liz, decide creer en la profecía ciegamente. Imagínense lo contrario: ni hay libro, ni hay película ni hay nada.

Se divorcia y se acuesta con un actor quince años más joven. Guapo y arrogante. Una historia muy prescindible pero que supongo que el guionista incluye para reforzar lo perdida que está esta chica y su incapacidad para quererse a sí misma. La gota que colma el vaso. Llorosa y arruinada -se supone- por su divorcio decide buscarse en otras ciudades y otra gente. Alquila un palacete en ruinas en Roma. Dame a mí esas ruinas. Conoce gente que es feliz y excéntrica, como en toda película americana sobre latinos. Gente guapa, artista, vaga, impredecible, gesticulante... ¿saben algún tópico más? Seguro que sale.

En Roma aprende a disfrutar la comida (comer) pero nota que algo le falta. Literalmente, escribe el guionista, "es una mujer que busca su palabra". Su definición, vamos.

Por eso se va a India. La gente arruinada hace estas cosas. Se va a una especie de resort místico donde la enseñan a meditar y refugiarse en su interior y amar a los demás por completo y pensar en positivo y todo ese rollo "El secreto" a cambio de fregar el suelo de manera desinteresada. Ver a Julia Roberts -perdón, a Liz- fregando un suelo es de las cosas más inverosímiles del mundo, por eso, acertadamente, el director pasa por encima de la cuestión muy rápidamente metiendo a otro personaje: si en Italia todos eran ruidosos y alegres, en India son pobres pero felices. Todos menos una chica de 17 años a la que van a casar con alguien que no conoce. Yo lo siento pero en ese momento me acordé de Willy Fogg. Ni siquiera de Phileas, sino de Willy.

Su estancia en India oscila entre las charlas con otro turista trascendental de Texas, la melancolía por sus diversos fracasos amorosos y la relación con esta chica y su matrimonio concertado, a lo Apu en los Simpsons. Ahí aprende a unirse con el universo mediante el silencio y la contemplación (rezar), pero no es suficiente. Como Dios está en todas partes pero sobre todo en uno mismo, decide cerrar el ciclo volviendo a Bali, a ver al chamán simpático.

En Bali, por supuesto, todo el mundo es feliz. Feliz y extranjero. Liz alquila una humilde cabaña en pleno paraíso natural para ella sola -recordemos que está arruinada- y el chamán se lo deja claro: aquí se viene a meditar... y a vivir. En Bali se vive bien. Aparte de extranjeros, hay divorciados y esa combinación es ideal, porque al fin y al cabo, Liz-Julia ya está completa, ya se quiere a sí misma y ya es una con el universo, se lo ha dicho el chamán. De hecho, el chamán le ha dicho: "Liz, tú me curas", que viniendo de un chamán no es poca cosa.

Lo que pasa es que, aunque se acepte, sigue teniendo miedo al compromiso. Meditar está bien pero para un rato y si se te cruza Javier Bardem, pues en fin, qué vas a hacerle. Y es que Bardem aparece aquí, a la hora y tres cuartos de película, después de que Roberts aparezca en todos y cada uno de los planos anteriores, una especie de sobredosis, como si el espectador fuera golpeado una y otra vez por su sonrisa desenfadada. El caso es que se acuestan juntos (amar), en medio de luces tremendamente saturadas y músicas románticas -no, no se ve nada, Julia cierra la puerta justo antes- y él se enamora pero ella no, porque tiene miedo todavía aunque no sabe muy bien a qué y el chamán le dice que vuelva con él y ella vuelve con él y uno se pregunta qué demonios hizo a Bardem aceptar ese papel -quizás una esposa budista- y no se cree nada de su supuesto acento brasileño y mucho menos del de su hijo, que como es australiano de nacimiento pues tiene pinta de surfista rubio aunque sus padres sean de Brasil.

Y ese es el final, en definitiva. Dos horas y media después, ese es el final. Ah, se me ha olvidado la parte en la que Liz escribe un email a todos sus amigos neoyorquinos, romanos, indios, etc. para que donen fondos y ayuden a una pobre balinesa y a su hija. Como vamos sobrados, entre los diez amigos donan 18.000 dólares. Que no falte de nada. Las escritoras multimillonarias de autoayuda y sus problemas de niñas ricas.