martes, octubre 26, 2010

El nadador


El atractivo de las convenciones: en mi libro de Cheever hay unos 30 relatos. No son muy variados, lo reconozco, matrimonios que se deshacen en zonas residenciales del estado de Nueva York. Eso y algún viaje por Europa, si puede ser Italia. Así hasta que uno llega a "El nadador" y sabe que está ante uno de los mejores relatos del siglo y se le pone esa cara de hacer historia que nos gusta tanto a los lectores, aunque esté en un autobús de Tres Cantos a Madrid, derrapando en las curvas y botando en las rectas. Ned cruza piscinas y piscinas para llegar a su casa, solo que no tiene casa y lo que empieza en una fiesta maravillosa en plena tarde de verano acaba entre el desprecio de sus vecinos, de noche, agotado y sin llaves.

Obviamente, es un relato prodigioso. Un relato de la decadencia, una vez más, pero sin sordina. Dolor y sufrimiento y músculos atrofiados y la excelente progresión o más bien retroceso de vitalidad en todos los ámbitos.

Sé cuándo hago historia y cuándo no. Por ejemplo, aparte de Cheever, leo la autobiografía de Severiano Ballesteros. Una vez escribí -en la novela que no sé si a alguien le gustará porque últimamente tengo problemas con el gusto de los otros- que toda la literatura contemporánea estaba recogida en la autobiografía de cualquier deportista de élite: fama, poder, mujeres, sexo, conflictos resueltos y por resolver, traiciones, trampas, confidencias, expectativas, familias desestructuradas y fans enloquecidos... solo falta algún vampiro que otro.

O algún templario.

Ballesteros dedica unas tres páginas de su libro a contar cómo ganó un Masters de Augusta y treinta a explicar las "traiciones" de la Federación Cántabra y el Club de Golf de Pedreña. Le faltó perspectiva, aunque supongo que eso lo hace especialmente humano. Sobre todo cuando dice "no es algo que me molestara pero en 1978...", es decir, no le molestó pero 30 años después aún lo recuerda.

Último martes de octubre. Primer martes después de Cheever, si quieren: sigo en el paro, sigo gastando dinero en fisioterapeutas y al menos tres proyectos se han caído en una sola mañana. Perdón, cuatro. Cinco, si contamos lo de Almería en Corto e incluso seis si contamos un pase de prensa al que al fin y al cabo tampoco tenía muchas ganas de ir. A cambio, he recibido un libro con buena pinta -libro que no recuerdo haber pedido pero a caballo regalado...- y una invitación express a un McPollo. Hay algo en toda esta acumulación de piscinas y brazadas que agota a cualquiera y creo que la metáfora está muy clara. Tú nadas y nadas y nadas y al final, ¿qué?

Al final -permítanme el juego- nada.