sábado, octubre 09, 2010

Wall Street- El dinero nunca duerme

Reseña de la película de Oliver Stone para la revista Notodo.com:


Oliver Stone define la locura como el acto humano de repetir una y otra vez una misma cosa y esperar resultados distintos. Wall Street es un mundo de locos, pero eso no es lo peor. Lo peor es que los demás contemplen su locura e incluso se la financien con sus ahorros o el dinero público. Esta segunda parte de la película de 1987 parecía obligada en los tiempos que corren: entonces teníamos a Gordon Gekko -Michael Douglas- bañándose en venganza, poder, información privilegiada, ausencia total de responsabilidad moral. ¿

Qué tenemos 20 años después? Los mismos perros con distintos collares. Gekko ha estado en la cárcel ocho años por sus excesos, es decir, ha pagado el pato, pero las cosas en Manhattan siguen igual: patas arriba. Es curioso que un simpatizante de Chávez como Oliver Stone y un liberal de pro como el reciente Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa coincidan en culpar a la ruindad moral derivada de la codicia como principal responsable de la actual crisis económica, que dejó al capitalismo al borde del abismo a finales de 2008. La película gana muchos puntos cuando se ve en clave documental, un complemento perfecto al fantástico Capitalismo, de Michael Moore. Por supuesto, hay carga ideológica, pero no hay sermón, simplemente hay trasuntos de los Lehmann Brothers, Madoff, Goldman Sachs... paseando por la pantalla con el collar cambiado. El poder de Wall Street se aprecia desde el maravilloso primer plano secuencia de rascacielos -esa facilidad de Stone para la grandilocuencia que nos deja lo peor y en este caso lo mejor- pero también su volubilidad, su falta de consistencia, un gigante con pies de barro.

En ocasiones, puedes perderte en la jerga económica pero todo está demasiado cercano como para que no lo recuerdes: crack bursátil, inyección estatal a las entidades financieras, suicidios, encarcelamientos, hipotecas sub-prime y préstamos a fondo perdido... Codicia. Michael Douglas vuelve a estar sensacional en su papel de tiburón venido a menos que quiere volver a más cuanto antes y la elección de Shia LaBeouf como aprendiz deja dudas: por un lado su cara de buen chico y su inocencia constante le vienen que ni pintados a un personaje algo sabidillo y, en ocasiones, pánfilo; pero le descartan casi desde el principio como amenaza. Dan ganas de decirle desde el primer momento que se quede en casa, intente hacer feliz a la dulcísima Carey Mulligan y se deje de historias y complicaciones de millones de dólares.

De hecho, la historia se sostiene con algunos problemas. No importa porque el valor de la película está en su ligazón estrecha con la realidad. Con algunas florituras, eso fue lo que pasó durante la segunda mitad de 2008 en el país más poderoso del mundo. Esa gente sigue ahí, además, y puede que, como el propio Gekko anuncia con tono profético, la siguiente burbuja sea la última. Los personajes, excepto el Viejo Tiburón y un excelente Josh Brolin, se difuminan en ocasiones. Frank Langella desaparece demasiado pronto y Susan Sarandon no deja de ser un secundario de lujo.

Da igual, la codicia se respira por todas partes lo mismo. La codicia es lo que hace que el gato engorde y se coma a los ratoncillos. Que el pez grande se coma al chico. Eso, según Oliver Stone -y Gordon Gekko- es el capitalismo. Pensar que puede cambiar con las mismas prácticas es, ya lo hemos dicho, una cosa de locos. Último apunte: la banda sonora es de David Byrne y Brian Eno. Otro motivo para ir a ver la película si tenías dudas.