martes, marzo 29, 2011

Gracias por las flores


Iba a escribir sobre la enésima batallita entre La Sexta e Intereconomía aprovechando el excelente trabajo de mis amigos Manuel Burque y Eva Redondo, pero me he dado cuenta de que pienso lo mismo que hace dos años cuando la becaria y el gordito y ya lo expliqué entonces así que voy a contar una sensación extraña en la calle Almagro, casi enfrente de la comisaría de los DNI, pasado un bar con terraza, la 1 y pico de la mañana, Radio Futura en el iPod -La Ley del desierto/ La ley del mar- bastantes ganas de ir al baño y de repente el olor a flores que viene de una de esas tiendas preciosas llenas de nombres extrañísimos.

Magdalena de Proust que lleva hasta la calle Ramos Carrión. Yo viví en la calle Ramos Carrión durante 30 años y los tres años y medio que llevo sin vivir ahí la verdad es que muy buenos no han sido.

En la acera de mi portal, casi esquina con López de Hoyos había una tienda que apestaba a flores. Lo diré así porque incluso el buen olor, en exceso, aturde, basta con pasarse por una discoteca a primera hora. Era la tienda donde yo encargaba flores. Sí, encargaba flores. Ahora me parece algo ridículo e incluso impensable, pero ahora todo es mucho más inmediato, quiero decir, tu novia se va a Galicia y la llamas al móvil o la escribes por el Facebook o le twiteas algo ingenioso o incluso guarreáis un poco por Skype...

Pero antes, no. Antes, irse a Galicia era desaparecer. Salvo que estuviera en su casa, al lado del fijo, de acuerdo, pero ni un mísero email podías mandar, así que para demostrar que la echabas de menos le mandabas flores. Que yo recuerde, a mi novia de los 90 -que por cierto hoy cumple años, así que la felicito de nuevo-, la envié flores dos veces y las dos fueron un desastre. Una, obviamente, fue a Galicia, y fue en su cumpleaños, pero el tipo de Interflora se equivocó de día y en vez del 29 aparecieron el 31 de marzo. Imagínense mi desazón, llamando todo el rato a su casa, ya sin saber qué excusa poner, felicitándola cinco veces en un mismo día todo para ver si por fin me decía "Me han encantado las flores", que supongo que serían margaritas, pero vaya usted a saber.

En fin, yo mismo desvelé mi sorpresa y recibir las flores, así, un lunes, pues debió de ser como cuando te mandan una postal de Roma, que sí, te hace ilusión, pero...

La otra vez no fue mejor. Ella estrenaba casa. Su familia estrenaba casa, quiero decir. Esto fue antes que lo del cumpleaños, un par de años antes. Yo fui muy decidido a la tienda y pregunté qué tipo de flores se regalaban cuando se inauguraba una casa. No sé, el lenguaje de las plantas y toda esa historia. El tipo me miró un poco descolocado. "Depende de la casa", dijo. "Un piso, un piso nuevo". "No sé, ¿qué flores le gustan?" Todo eso para eso. ¿Qué flores le gustan? Hasta ahí ya habia llegado yo solo. Supongo que margaritas, de nuevo, puede que rosas.

Tampoco llegaron.

Falso, llegaron, pero al día siguiente justo con toda la familia delante. Un poco embarazoso, aunque era una chica acostumbrada a las situaciones embarazosas: en su anterior cumpleaños, un amigo le regaló un peluche. Nada sensacional, salvo que el peluche era un elefante del tamaño de un ser humano y se lo llevó a clase. Pasó el día sentado en la última fila.

En fin, aquel amigo tenía el valor de comprar elefantes y yo el valor de comprar flores. Son cosas que se echan de menos, más allá de los olores. El valor de hacer cosas ridículas que llegan tarde. Creo que a la Chica Langosta le envié también un ramo cuando vivía en Francia, pero también puede que ese sea un recuerdo inventado, como tantos otros. Yo quería hablar solo del valor y de lo triste que es cuando en la calle Almagro, una y pico de la tarde, sol, terraza, vejiga llena, la sola idea de ser valiente te parece algo absurdo y trasnochado.