domingo, julio 31, 2011

La reelección de Lorenzo Sanz


Lorenzo Sanz tenía cara de “barra libre”. No había más que verlo para imaginarle metiendo la mano en la caja para jugar al póker o regalando entradas a amigos, enemigos, hinchas propios, ajenos, reventas… Luego la realidad sería la que fuera, pero Sanz era un hombre con una imagen muy poco fiable dentro de una institución que no paraba de ganar Copas de Europa casi por castigo.

Los escándalos aparecían y desaparecían. Ocupaban portadas y luego se obviaban en un breve o directamente pasaban al olvido. Tenía un curioso sentido de la legitimación: se proclamó presidente después de la dimisión forzada de Ramón Mendoza -algo que el presidente más dandy de la historia del Madrid calificaría después de “golpe de estado” en esa madre de todas las autobiografías llamada Dos pelotas y un balón-  y en lugar de convocar elecciones a final de temporada alargó su mandato hasta 1997, cuando Capello le ganó la liga al Barça de Ronaldo. Entonces ya sí, al calor de la victoria, llamó a las urnas y solo acudió él asegurándose la reelección.

Eran tiempos divertidos para la familia Sanz Mancebo: uno de los hijos, en la primera plantilla; otro, en la cantera, rumbo a Mallorca; un tercero, jugador profesional de baloncesto y después, cuando vio que la cosa no daba para más, jefe de la sección.

A Sanz le salvaron los títulos y le condenó el juego del equipo y algunos fichajes gloriosos como Petkovic, “el Átomo” Ognjenovic, Freddy Rincón o Canabal, jugador del Mérida por el que pagó 1000 millones de pesetas de las de los años 90 para acabar acumulando cesiones por distintos clubes de la Primera y la Segunda División. Sanz intuía que estas cosas pasarían a un segundo plano mientras el equipo ganara y la verdad es que ganaba bastante: en 1998, Mijatovic le dio al club su Séptima Copa de Europa tras de más de 30 años de espera, en 1999, Raúl trajo la Intercontinental y en 2000, los ajustes tácticos de Vicente Del Bosque hicieron posible otro entorchado europeo, “la Octava”, para los aficionados empeñados en ponerle un número a cada trofeo.

Después de esta última victoria, en París, ante el Valencia del Piojo López, Mendieta, Ayala y compañía Sanz, desbordado por la euforia, convocó elecciones para el mes de julio. Obviamente, esperaba repetir lo sucedido tres años atrás y que nadie se presentara.

Digámoslo claramente: Sanz pensaba que el socio madridista era tonto y se había olvidado de las derrotas humillantes en el Bernabéu en los partidos de liga, los tejemanejes de los distintos tesoreros, la amenaza de una deuda cada día mayor y los favoritismos nada escondidos con sus familiares. Pensaba que todo aquello sería perdonado y condonado solo con pasear una Copa de Europa más o menos… pero no fue el caso.
El encargado de ponerle el cascabel al gato fue Florentino Pérez. Pérez venía de perder unas elecciones en 1995 por muy pocos votos frente a Ramón Mendoza. Era un empresario joven de modales adustos, elegante y ordenado, con una mirada que para sí quisiera el “hipnosapo” de Futurama. Todo esto lo ha ido perdiendo con el tiempo como se pierde todo pero en aquel momento Pérez era una amenaza muy seria, mucho más de lo que se pensó nunca en el campamento de Sanz.

Si el presidente ofrecía títulos, el aspirante prometía fichajes. No muchos, solo uno: un tal Luis Figo, capitán del Barcelona. Cuenta la leyenda que Figo estaba tan convencido de que Pérez no ganaría que aceptó su oferta casi como un juego, sabedor de que nadie iba a pagar los 10.000 millones de su cláusula. Nadie lo había hecho hasta entonces ni se había acercado. Figo firmó el precontrato pidiendo un dinero escandaloso que nunca pensó en recibir y Pérez extendió sabiamente el rumor entre la prensa afín.

Cuando las noticias llegaron a Sanz, su reacción osciló entre la negación –“es imposible, con qué va a pagar eso”- y la rabieta: como un niño pequeño, obligó a que en su carpa electoral se repitiera una y otra vez una imagen de Figo con el pelo teñido de rojo y amarillo, en un balcón, celebrando exultante un título al grito de “Blancos, llorones, saludad a los campeones”.

Nadie contempló en ningún momento que 2000 no fuera a ser el año de la re-elección de Lorenzo Sanz. Nadie podía siquiera concebirlo: dos Copas de Europa y una Intercontinental en tres años, ¿qué más quiere esta gente?

Hasta que dos días antes de las elecciones se abrieron las sacas del voto por correo. Solo ahí, la ventaja de Pérez era tan abrumadora que ni un milagro en las urnas le quitaría el triunfo. Con su trabajo de hormiguita, casa a casa, teléfono a teléfono, lejos de los focos y los vídeos promocionales, Florentino había conseguido movilizar a todo el electorado harto de los chanchullos de Sanz y las pañoladas en el Bernabéu, junto a los que –para qué negarlo- veían con un morbo enorme la posibilidad de que el capitán del Barça se pasara a la otra orilla.

Las caras de Sanz, Onieva y compañía durante toda la jornada electoral fueron un poema. Como el que se presenta al partido de vuelta después de haber perdido 6-0 en la ida y con medio equipo lesionado. Con esa cara de, por favor, que esto acabe cuanto antes.

Y acabó, vaya si acabó. La segunda reelección de Lorenzo Sanz supuso un fracaso considerable. Ni la marcada hostilidad del grupo PRISA hacia Florentino Pérez ni el manejo de las victorias deportivas ni las declaraciones siempre pesebristas de Roberto Carlos ayudaron al ex presidente que cogió las maletas, musitando un “no me lo merezco”, mandó a cada hijo a una punta del país y se dedicó a comprar clubes como el Parma o el Málaga en operaciones que a veces resultaban y la mayoría, no.

En 2006 quiso devolver la jugada derrotando al delfín de Florentino, Villar Mir, pero no quedó ni tercero. Un juez invalidó una parte del voto por correo y le dio la victoria a Ramón Calderón, que llegó con un escándalo y se fue con otro. Tiempos convulsos para el madridismo. Sanz siguió luchando por defender su imagen pública entre detenciones y estafas… su ostensible parecido con el mafioso de Los Simpsons no le ayudó demasiado.

Este artículo está publicado en la revista Jot Down dentro de la sección "No pudo ser"