martes, julio 26, 2011

Usted no sabe con quién está hablando


Para ser un atormentado, siempre he tendido a llorar poco. Casi nunca. Esto está cambiando también, como todo lo demás: entre los síntomas, aparte de la euforia nocturna y una melancolía que dura toda la mañana, un peso que impide casi la respiración, está el nudo en la garganta con cada titular. Si habla un chico de una isla noruega, yo rompo a llorar en un autobús, si recuerdo una placa de la Puerta del Sol, los ojos se me llenan de lágrimas... cualquier cosa la relaciono con la injusticia y hago de esa injusticia algo propio: una injusticia contra mí, como si yo fuera la víctima de todas las afrentas mundiales.

Otra cosa es que consiga convencer a los demás: Coradino Vega me acusa de no ser un cínico sino un romántico, y puede que tenga que darle la razón, solo que un cínico antes ha sido siempre un romántico. El cinismo es una defensa, solo eso, y uno solamente puede defenderse de lo que conoce.

Nota mental: una frase de Bolaño entre policías, mujeres boca abajo y jorobaditos. "La inocencia, casi como la imagen de Lola Muriel que deseo destruir. (Pero no puedo destruir lo que no poseo)". Buscando la cita me doy cuenta de la cantidad ingente de paréntesis que contiene el libro: un pensamiento fragmentado o más bien olvidadizo, como si Bolaño necesitara siempre acotarse, no se le fuera a olvidar.

Todo esto me recuerda a Standstill, banda sonora obsesiva, "¿Por qué me llamas a estas horas?", obra cumbre del pensamiento fragmentado. Busquen más abajo, no quiero abrumarles a enlaces.

Marina, algo más tarde, por la noche ya, en una terraza de Olavide, me deja claro que no me conoce pero que si me enamorara todo me iria mejor. "Me enamoro poco, siempre he tenido ese problema", le digo, con una sonrisa, como si tratara precisamente de enamorarla. "Pues yo creo que eres bastante enamoradizo", dice, pero no, yo soy un ludópata, no es exactamente lo mismo.

También dice "bueno, pero ahora estás bien" y debe de ser verdad porque nadie puede aparentar que está bien todo el rato sin al menos estar bien alguna vez. Y alguna vez ya es bastante.

A veces pienso que escribo para la posteridad y a veces pienso que escribo solo para recordarme quién soy, aunque sin paréntesis. Escribo un diario para poder seguirme la pista, aunque no siempre lo consiga. Por ejemplo, en el famoso viaje de vuelta de Benidorm, pensaba "es una suerte poder volver a Madrid, leer mi blog y enterarme por fin de si me lo he pasado bien o no en el festival". Solo que al llegar al blog no pude entender nada, todo era literatura.

Alguien ha llenado el barrio de pintadas con el nombre de Arthur Cravan y el de un filósofo cuyo nombre no recuerdo. ¿Lo ven? Soy un desastre. Lo que pasa es que no consigo convencer a nadie de que soy un desastre, lo que quiere decir que probablemente no lo sea. Solo soy el tipo que se mira al espejo por la mañana y se dice "Usted no sabe con quién está hablando" y lo dice con toda sinceridad, sin artificios. Después entra en la ducha y gira la llave del agua caliente.