sábado, julio 23, 2011

Festival Low Cost II. This too shall pass



Yo me he cruzado medio país en horizontal por diversas razones pero la principal era sin duda escuchar en directo el "This too shall pass" de OK Go! Algunos lo pueden considerar una excentricidad pero créanme: tengo mis motivos.

Viernes por todo lo alto en Benidorm: mañana de paseos y familias con caras enrojecidas, tarde entrevistando a Guille Galván de Vetusta Morla y taxi express al recinto para poder llegar a tiempo al concierto de Sidonie, sin éxito alguno: el estadio del equipo local medio vacío, riadas de gente corriendo de un escenario a otro, sitio fresco en la hierba -calor intensísimo por el día, algo de viento frío por la noche- para hacer tiempo mientras Jorge Marazu se hace de rogar, primeros focazos que apuntan a que algo grande va a pasar y carrera a las primeras filas para ver a los estadounidenses, cada uno vestido de un color, como en sus vídeos, hacer el típico "Buenas noches, España".

El concierto es increíble: la tercera canción ya es el "A million ways" y un grupo de cuatro espontáneos suben al escenario a hacer la coreografía perfecta, movimiento a movimiento, y la gente ruge, salta, bota... Todos los que no están en ese momento viendo a Delafé en el segundo escenario, un error como otro cualquiera, pero un error grave, en cualquier caso. En un momento dado, el cantante se baja del escenario. No digo que se baje a la zona de fotógrafos y seguridad, digo que se mete entre el público, unas diez o doce filas, y rodeado de cientos de personas se pone a cantar lo que él llama una canción "hippie". Después se sube, como si nada, como si fuera lo más normal del mundo y el concierto sigue.

Sinceramente, todo habría merecido la pena sin final feliz, es decir, sin ese momento en el que nos avisa de que tenemos que cantar bien, mejor que en Barcelona o en Francia, la última canción, y que, en concreto, la parte que nos toca tararear al unísono dice: "Let it go... This too shall pass". La chica rubia, preciosa, de mi izquierda me mira como se miraría a un loco, pero es que yo en ese momento soy un loco y boto poseído y me regodeo en el "You can´t keep getting it let you down, you can´t keep getting it let you down" mientras los demás avisan: "When the morning comes" y es un momento precioso, justo lo que venía buscando y ya el resto de la noche cambia, no hay expectativas, solo disfrutar de Vetusta Morla, darle un abrazo enorme a Jorgito Marazu, que aparece con unos amigos, sonriente y cariñoso, como siempre es él.

Y el concierto de Vetusta no es como el de OK Go!: todo el mundo está aquí, estadio lleno hasta arriba, solo conseguimos un lugar a unos 20 metros y ladeados para escuchar uno de los mejores comienzos de concierto que hay ahora mismo en este país: "Los días raros" a doble teclado y guitarra y la voz de Pucho acariciando: "Aún quedan vicios por perfeccionar en los días raros". El resto del concierto es sublime, como siempre, aunque el segundo disco me guste menos que el primero y "Maldita dulzura" me resulte una cursilada y "Autocrítica" -probablemente su mejor canción- haya pasado a mejor vida.

Derrochamos sudor y las chicas se quitan las camisetas y se quedan en sujetador. Gritamos "Hay tanto idiota ahí fuera", no solo por Oslo sino sobre todo, como todo lo que hacemos estos días, por nosotros y nuestra pequeña Puerta del Sol que se convirtió en la portada de todos los periódicos aquella semana de mayo. Nos regodeamos en el "Valiente" y en el "Un día en el mundo", tarareamos durante minutos nuestra parte del "Saharabbey Road" aunque no sea el final del concierto y Pucho se vuelve loco golpeando el tambor metálico mientras el Indio maltrata la batería y los focos disparan en medio de "La cuadratura del círculo".

Saber que no os puedo aniquilar no es suficiente para firmar la paz...

Así que llega el final del concierto y uno no sabe qué hacer. Nos quedamos tumbados en la hierba, unos se meten a ver a Mika, luego Cut Copy, quizás incluso Crystal Castles pero yo prefiero hacerle caso a mi cuerpo y no sentirme culpable por rendirme. Rendirse siempre es una opción, en ocasiones, la más sensata... y ahí voy yo, mis vicios por perfeccionar en los días raros, de vuelta al Hotel Cabana y su colección de ascensores que suben y bajan 11 plantas, un chico conectándose a Internet en el salón en medio del silencio de la noche familiar, previo de otra mañana de playa y piscina.