domingo, octubre 16, 2011

Here is here and I am here, where are you?



Pero yo en realidad no envidio el éxito literario o el talento literario o como quieran llamarlo. Creo que puedo convivir perfectamente en mi propia narrativa de chico con límites extraños y limitaciones obvias. Yo lo que envidio es la capacidad para enamorarse, es decir, no hay nada en el intelecto que me provoque una ambición insaciable, nada en las palabras o en los conceptos que piense que puede salvar mi vida. Supongo que son los daños colaterales de empezar a estudiar filosofía con 18 años y dejar de ser cínico un 17 de mayo dieciséis años después.

Lo digo completamente en serio: yo envidio el misticismo, y de todos los misticismos envidio sobre todo el romántico, el autoengaño del amor ciego, la entrega total. Un amor a lo Christian Castro, algo así. Un amor de grabar canciones en un CD o una cinta Sony. Lucía, por ejemplo. La cara de Lucía cuando volvió aquel septiembre de las montañas para decirme que no estaba enamorada de mí sino que estaba enamorada de otro. Lucía llorando en el VIPS de Alcalá, su cabeza en mi hombro, diciendo que me necesitaba, pero que me necesitaba en otro papel, en otro rol.

Yo podría haber odiado entonces a Lucía pero, ¿cómo hacerlo? Me pasé por completo al enemigo, mercenario de mierda, grabando canciones horteras para tratar de salvar su relación agonizante.

Había algo bello en el amor de Lucía y había algo bello en Lucía por sí misma. En su inocencia. Es como si después me hubiera pasado la vida buscando la inocencia de Lucía sin encontrarla por ningún lado y a la vez sintiéndome culpable por haber acabado con ella por completo. Mis brotes de cinismo arrasando por el camino, espada en mano, viajes a Barcelona para meternos en hoteles y ver películas dobladas. De alguna manera siento que destrocé a Lucía y desde luego me culpabilizo de ello y no cabe duda de que ella misma se sintió destrozada y por eso decidió desaparecer en cuanto se abrió otra puerta de soñadores.

La dura vida del francotirador, siempre apuntando, siempre solo, sin saber si el siguiente disparo será certero o no, si hará el suficiente ruido o siquiera si esa tarde -esa noche- alguien cruzará la calle, despistado, dispuesto a dejarse tirotear desde una azotea.

Ayer tuve un día "Viva la vida", la canción decadente por excelencia. Intentaba pensar en la frase "Since you´re gone, there was never, never an honest word... but that was when I ruled the world". Yo no sé para qué Guardiola les ponía esa canción a sus jugadores, probablemente no entendiera qué quería decir Chris Martin o quizá sea yo el que no entiende nada. Las noches de vuelta. Las noches perdidas. Cuando tenía 14 años iba a las grabaciones de los discos de Joaquín Sabina y no entendía las letras. Era un pequeño Pep Guardiola. Mi madre y mi tío me decían que esperara y tenían razón, como siempre.

El tiempo siempre acaba dando la razón al desánimo.

En definitiva, yo pensaba en la canción de Coldplay e intentaba recordar exactamente quién era esa persona que pretendía ser honesta y cuya falta ha hecho del mundo -de mi mundo- un lugar algo peor, no demasiado... Pensaba en la mujer honesta como Diógenes buscaba candil en mano durante la mañana ateniense. Y entonces apareció Lucía y pensé que al menos tenía sentido porque sí, probablemente, en ese momento yo me sentía el rey del mundo -el rey, insisto, de mi mundo- y, desde Lucía, puede que los demás -las demás, disculpen- hayan intentado ser honestas pero desde luego yo he seguido sin dejarlas, todo juegos y trampas y refinados trucos de seducción. Intelectualismo.

Puedo asumir el fracaso literario, la sucesión de cosas que les pasarán a los demás pero no me pasarán nunca a mí siempre que no vaya acompañado del fracaso sentimental, de este hondísimo fracaso sentimental. Una de las dos cosas. Las dos cosas a la vez acaban en esto: tres veinticinco a eme, que diría Laura Cuello, las motos a punto de empezar, el sabor del mojito en la boca, el tacto de los abrazos aún en el cuello y en la espalda y la sensación de que no, no es suficiente, "Miss America" en el iPod, mirada esquiva desde Sevilla a Tribunal. Global revolution. La estúpida manía de todo el mundo de romperme el corazón.