jueves, octubre 27, 2011

The Verve -Bittersweet symphony


Dos ideas brillantes y el mejor momento posible. La primera, por supuesto, el sample de "The last time" de los Rolling Stones, esas cinco notas repetidas hasta la obsesión por una orquesta, machaconamente, sin que puedas deshacerte de ellas en ningún momento, solo es pensar en la canción, en que vas a tener que escribir sobre la canción y ya están las notas ahí, persiguiéndote. Prueben ustedes. Silben algo ahora mismo, a ver qué les sale.

La segunda idea brillante: el vídeo. Richard Ashcroft, con su aire de chico malo del brit pop, se coloca en la marca frente al semáforo y arranca lo que pretende ser un plano secuencia de casi cinco minutos, andando siempre de frente, esquivando y chocando, un kamikaze urbano, un hombre que va recto hacia no se sabe dónde, la firmeza, la estética, antes que cualquier otra cosa. El sentido por encima de la dirección. Aquí estamos, entretennos.

Y luego está el momento, claro. 1997. Las guerras del "brit pop" entre Oasis y Blur ya han aburrido a todo el mundo. Ellos están madurando y destrozando hoteles y los demás nos hemos quedado un poco huérfanos de nuestra ración de desencanto. Ahí entra The Verve: "It´s a bittersweet symphony, that´s life...", que es un topicazo como una casa pero no deja de ser efectivo, sobre todo cuando ves a la sinfonía en movimiento, andando impertérrita hacia ti, cantando compulsivamente: "No change, I can´t change, I can´t change, I can´t change...", que es algo que un adolescente siempre querrá oír porque de alguna manera le legitima.

Ashcroft supo contactar con la generación de veinteañeros-treintañeros a los que el sentido común les venía un poco grande. Los peter panes. Toda esta generación de los 70 es una generación de peter panes, esto es así. La realidad te pide que cambies y tú buscas una excusa y si esa excusa es un estribillo, mucho mejor, por supuesto. Era la única canción que le gustaba a mis amigos siniestros y tiene su lógica: aquello era mucho más que la banda sonora de una tribu urbana, era la banda sonora de cualquier tribu urbana, casi por definición.

Digan lo que digan los demás.

También tenía su parte mala, por supuesto. En mi caso, por ejemplo, 20 años cumplidos aquella misma primavera, primer viaje "de novios", precisamente a Londres, donde la canción -y el "OK Computer" de Radiohead- estaba hasta en la sopa, la idea de cambiar de grupo me daba una pereza enorme. Mis gustos eran mis gustos eran mis gustos. Que el segundo single de aquel disco se llamara "Drugs don´t work" no ayudó nada. Y no sé si pretendía ser irónico o moralista. Autocompasivo o autodestructivo. Simplemente es un título de bajón y uno no va por la acera estampando ancianitas y skinheads contra las paredes para acabar melancólico en un "chill-out" meditando sobre tu extraña relación con la heroína.

Eso lo puede hacer Nacho Vegas, pero Nacho Vegas nunca se pondría una cazadora de cuero.