jueves, noviembre 03, 2011

Entrevista a Alba García



Nadie conoce a Alba García. Ese es uno de los atractivos de la protagonista de “Verbo”, el esperado primer largometraje de Eduardo Chapero-Jackson, a estrenar el 4 de noviembre. En la película, Alba interpreta a Sara, una adolescente desubicada en un mundo donde la familia, la educación convencional y sus propias angustias amenazan con romperla en pedazos.

Alba empezó el rodaje con 17 años y llega a esta entrevista con 19. En medio, reconoce, ha habido muchos cambios profesionales y personales: “Nunca me planteé entrar en el mundo del cine”, dice, “siempre me había interesado más la música, estudié violín en el Conservatorio de Alcorcón. Un día mi hermana pequeña me dijo que venían a hacer unas pruebas al instituto y nos apuntamos, casi por curiosidad”.

De la curiosidad llegó la fascinación. Chapero-Jackson la vio y se replanteó todo: su película era sobre un chico adolescente en un barrio del extrarradio donde todo es hormigón y rutina. La historia de su adolescencia se convirtió en la historia de Alba, la historia de Sara, en definitiva. “Me tuvieron meses haciendo pruebas, aprendiéndome escenas… hasta que un día me presentaron a Edu y poco después me dijeron que tenían una escena algo más larga: recibí un sobre muy gordo y dentro estaba el nuevo guion, no me lo podía creer”.

Así empezó un viaje emocional duro, porque las películas de Eduardo siempre son duras para sus actores: sensibilidad a flor de piel. “Me arroparon todos desde el principio. Me sentí muy cuidada, muy tranquila. Yo no tenía ninguna formación actoral así que todo iba saliendo por instinto… No sé, me entendía muy bien con Edu: sabía perfectamente lo que quería en cada momento porque de alguna manera, en lo personal, yo estaba viviendo cosas parecidas. Casi no repetimos tomas, fue algo mágico”.

Alba contesta con cuidado y sonríe. No habla de ella sino de la película. Habla de Sara. Alba no es actriz, no pretende engañar a nadie. Bebe un sorbo de té y repasa su experiencia como adolescente, comparándola con la de su personaje: “Hay muchos puntos en común: la sensación de desidia en el instituto, la relación con los padres… Entendía su dolor, su sensibilidad hacia lo bueno y hacia lo malo. Siempre he sido una persona con mucha empatía, mucha comprensión hacia los demás. Al final de la película el problema era que no sabía qué era mío y qué era del personaje. Los meses después fueron un empujón porque yo decidí que fueran un empujón, para venirme arriba. Me decía: Si ella puede, yo puedo”.

Uno de los temas de la película es la educación emocional. “No nos comunicamos”, dice Alba, “ni en el instituto ni fuera de él. La familia va a lo práctico: qué tal los estudios y esas cosas, pero no hablamos sobre los líos que tenemos a esta edad y puedes llegar a ver a tus padres como a extraños. Nadie te pregunta: cómo te sientes, por ejemplo”.

Alba tiene algunos malos recuerdos y otros muy buenos: “Mi profesor de ética en la ESO nos enseñaba a pensar y hablaba de cosas que nos preocupaban. Cuando se te obliga a hacer algo, no estás abierto. Se tiene que notar la pasión en lo que se hace. Leímos El guardián entre el centeno, que sigue siendo mi libro favorito, El señor de las moscas y Un mundo feliz. Se preocupaba porque entendiéramos”.

¿Y qué hay del hip-hop, de la cultura urbana que tanto impregna la película de principio a fin? “Es una catarsis de todos esos sentimientos: identificarse con lo no común, lo que se borra de las paredes, lo que no se suele escuchar o no se quiere ver. Los cantantes de hip-hop son los poetas de hoy. Nach, por ejemplo. Hay mucho de la sensibilidad de Nach en Sara. En las canciones de hip-hop sale un montón de mierda, por todos lados, pero no te dejan rendirte. Es crítica social pero hecha con pasión, con gusto, de una manera creativa…”

Viendo la película, esa adolescente que decide luchar por su futuro, aceptarse como es y dejar de pelear para ponerse a crear, es imposible no recordar el 15-M. “Sara es más pequeña, no sabe de política… pero se uniría al movimiento, sí”, dice con una sonrisa cómplice, sonrisa de chica de 19 años que no habla del futuro: “Prefiero no pensarlo”, dice, rebajando toda clase de expectativas, “prefiero no esperar nada, no pedir nada y manejarme en el momento”. Como si pudiera ser de otra manera. Como si habiendo planeado el futuro hubiera podido llegar a este presente.

Podrás leer esta entrevista en formato impreso cuando aparezca en el número de otoño de Zona de Obras, que se está haciendo esperar.