lunes, noviembre 07, 2011

Jordi Sevilla- Para desbloquear España




Jordi Sevilla consideró que bastaban dos tardes para explicarle economía a un presidente del Gobierno y este libro no es sino la constatación de aquel fracaso: Zapatero, según su ex ministro, nunca supo lo que era la economía global, no quiso ser consciente de sus peligros y se resistió a darse cuenta de que los mercados no se controlan a golpe de optimismo sino con medidas claras, concretas y convincentes.

Curiosamente, tan calamitosa experiencia  no ha mellado el propósito reduccionista de Sevilla: de las dos tardes para el presidente saliente hemos pasado a las 97 páginas para el entrante, es decir, vamos a menos. El formato “folletín”, que desgraciadamente ha vuelto a poner de moda Hessel, hace que uno esté continuamente ante el “tráiler” de una película con grandes fogonazos pero poca sustancia real.

El autor al menos es valiente en la atribución de responsabilidades: no demoniza a “los especuladores” ni remite a la “herencia de Aznar” sino que deja bien claro que los principales responsables de todo esto son los gobernantes actuales. Tanto los políticos europeos como los españoles con sus pequeñas miserias. La retórica se acerca mucho a la del 15-M y desde luego los guiños son constantes. Pasando una página tras otra, uno se pregunta dónde estuvo exactamente Jordi Sevilla de 2004 a 2007 y qué demonios pintaba en aquel Gobierno.

Últimamente, parece que nadie hubiera estado allí, aunque al menos él tiene la honradez de no presentarse a unas elecciones como alternativa de cambio.

Lejos de presumir de sus años de estrecha colaboración, el palo a ZP –así se refiere a él en un momento dado y si no se burla, lo parece– es tremebundo: llega tarde a todos lados y “a rastras”, toma medidas que no entiende y en las que no cree y durante demasiados meses se limitó a confiar en que negar la evidencia, cerrar los ojos como los niños, bastaría para que los problemas desaparecieran. Una perfecta definición de lo que han sido ocho años de “zapaterismo”.

También resulta interesante, incluso valiente, el análisis que Sevilla hace de “los mercados”: hace poco escuchamos al incalificable bróker-o lo que sea- Alessio Rastani decir que los estados no gobiernan el mundo, sino que Goldman Sachs ya se encarga por ellos. La opinión pública se echó escandalizada las manos a la cabeza, no se sabe si por la prepotencia de las declaraciones, por su ingenuidad o por las dos cosas.

En este país parece que nadie ha visto Inside Job ni Capitalismo.

Según Sevilla, los mercados no son una amenaza informe que lo destruye todo a su paso. Son simplemente un test para calibrar la habilidad de los políticos a la hora de  regular la economía. A mayor descontrol, a mayor dejadez, a mayor despilfarro… más fácil será que “los mercados” entren a degüello en ese país. De esta manera, se convertirían en una manada de buitres que sobrevuelan una carroña que ellos no han creado pero de la que se alimentan. Cuanta más carroña, más buitres alrededor.

En otras palabras, si Goldman Sachs gobierna el mundo, o se crea la ilusión de que lo gobierna, es simplemente porque los políticos lo permiten echándose a un lado.

Se echa de menos cierta profundidad en el análisis. Con frecuencia, Jordi Sevilla toca y se va. Por ejemplo, entra en el caso griego pero solo a medias, para apuntar una tesis incómoda: los inversores no se han cebado con Grecia por razones metafísicas. Los inversores están devastando Grecia porque Grecia ya era antes pura carroña política: corrupción, cuentas falseadas, mentiras constantes y un “sálvese quien pueda” que acabó estallando.

Sin embargo, no entra en los curiosísimos casos de Bélgica, sin gobierno desde 2009, ni de Islandia, envuelta en una pequeña revolución financiera desde 2008, y cuyas economías crecen por encima de las de la zona euro. Sería interesante una reflexión al respecto, pero 97 páginas no dan para más.
Según Sevilla, España y Europa se tumbaron a la sombra de Alemania e ignoraron los peligros de la economía globalizada en la era post-euro. No hay innovación, no hay planes B, no hay nada que apunte a que se puede salir de esta crisis, es más, todas las medidas  -en concreto las españolas- apuntan al desastre.

Aquí,  el autor no llega al pesimismo de Rastani pero se queda a un paso: bajarán las pensiones, se recortarán servicios públicos o se mantendrán mediante el copago de los usuarios, y la deuda aumentará a costa de salvar bancos y cajas hasta que el país caiga en una recesión similar a la de América Latina a principios de la década pasada.

El libro es crítico con todas las soluciones cortoplacistas del Gobierno, incluyendo el reciente cambio en la Constitución, que considera un disparate y una muestra más del alejamiento entre clase política y ciudadanos.  El resumen sería: “Nadie quiere tomarse esto en serio, nadie quiere tomar decisiones arriesgadas… porque nadie quiere perder las siguientes elecciones”. Así, los grandes partidos políticos se convierten en fósiles ensimismados: nadie sabe qué hacer, nadie se atreve a proponer nada mínimamente original.

Sevilla pide una catarsis pero es difícil intuir por dónde va, todo está explicado con prisas. Quedan claras la vinculación entre crisis económica y crisis política y la necesidad de reformas innovadoras para desbloquear la situación, pero faltan detalles. De hecho, cuando intenta acercarse a la realidad, sus propuestas son chocantes: por ejemplo, pide una nueva ley electoral y la reforma del Senado pero no explica exactamente en qué va a cambiar eso la situación económica, es decir, no se atreve a entrar en el gran debate de este país: el papel de las Comunidades Autónomas, las Diputaciones, los Ayuntamientos… todo ese gasto por cuadriplicado que el Estado no puede sostener.

¿Cómo va a confiar nadie en el Estado español si el Estado español no tiene plenas competencias sobre sus comunidades autónomas?

Después de reconocer que PP y PSOE han enloquecido, convirtiéndose en organismos endogámicos en los que el mérito importa poco y el interés común menos, el autor pide que sean ellos los que consensuen ciertas medidas, en forma de Pacto de Estado para dar seguridad a los inversores. A mí esto me descoloca, es como si alguien me dijera que dos locos juntos son menos peligrosos que un loco suelto. Quizá lo que no se atreve a decir Sevilla de una vez por todas es que, o PP y PSOE cambian su forma ombliguista de ver la política, basada en el odio y la prepotencia, o no tienen sitio en la recuperación de este país.

Las referencias a los “retos ecológicos” no quedan claras para el lector medio. No se ve por ningún lado una relación entre la crisis sistémica y las emisiones de carbono. Puede que la haya, pero en ese caso está mal explicada.

En resumen, el libro es interesante en lo que tiene de detección de problemas y el esfuerzo de Sevilla por razonar cada uno de ellos es loable. En cambio, las soluciones son difusas, poco claras y están insuficientemente explicadas, aparte de resultar a menudo poco convincentes. De cara al 20-N, sí resulta llamativa su advertencia de un auge del populismo al calor del descontento social con “los políticos”. Sevilla alerta contra un “populismo violento” pero no hace falta tanto: un populismo idiota, a lo Belén Esteban o Ruiz Mateos, ya puede arruinar cualquier país.

Siendo una lectura interesante y recomendable, uno se queda con la sensación de que para que le expliquen la economía de este país rápidamente, de manera didáctica y sin entrar en demasiados detalles, el  Españistán de Aleix Saló sigue siendo la mejor opción. Convendría esperar de un ex ministro de Administraciones Públicas algo más de lo que espera de un dibujante pero al final la sensación es parecida: algo se ha hecho muy mal y nadie tiene ni idea de cómo ponerle remedio. Agárrense los machos.

Reseña publicada originalmente en la revista literaria Sigueleyendo.es