jueves, marzo 08, 2012

Todas sus palabras hablaban de amor


De los concursos literarios en el instituto recuerdo un año que mis amigos estuvieron especialmente prolíficos. Si no me equivoco, J. quedó finalista en relato y poesía, M. ganó un tercer premio y puede que B. se llevara algo también. O ese año o el anterior, a mí esos cuatro cursos me cundieron toda una vida. Lo divertido del asunto es que J. y M. habían estado liados pocos meses antes y aunque el poema de ella era claramente alusivo a aquellos días de Atenas, el de él no tenía nada que ver y hablaba de su "madre antigua", es decir, su abuela. Ambos eran brillantes. El de B., siento decirlo, lo he olvidado. Quizá nunca lo leí.

J. era mi mejor amigo y su poesía me emocionó, como todo lo que tiene que ver con abuelos y abuelas y su indefensión hospitalaria, pero el de M. me parecía más sentido. Más vivo, por decirlo de alguna manera. Puede que también más torpe, porque M. era una chica en ocasiones torpe mientras J. era un chico muy práctico y directo, hasta el punto de que, pensándolo desde la distancia, que se atreviera a escribir algo, en general, ya resulta improbable. Supongo que había en ello parte de homenaje y parte de competición. J. era terriblemente competitivo, hasta un punto irritante, pero era buen chico, eso que quede claro.

El poema de M. se llamaba "Como el viento" y básicamente hablaba de sexo. Estas cosas pasan. Recuerdo estar hablando con Zahara sobre su versión de "Lucha de gigantes", de Antonio Vega, intentando hacerle ver que detrás de tanta lírica no había un mensaje comprensible y ella dijo "Qué más da, será una historia de drogas". Si no puede ser de drogas, es de follar, esto es así y siempre lo ha sido. Como aquellos certámenes nos iniciaban ya desde adolescentes en el concurso de popularidad que es la vida, y mucho más la literatura, cada participación requería un seudónimo o un lema. El de M. era "Todas sus palabras hablaban de amor".

No sé si fue idea suya o lo copió en algún lado. Yo, por ejemplo, me suelo presentar como Hans Schnier o Berthe Trépat. Eso cuando me presento, que es una vez cada cuatro o cinco años y como el que le echa unos euritos a la quiniela, con la misma convicción. El caso es que su lema me pareció brillante y cuando todo aquello acabó me quedé con la copia original y no se la devolví nunca, con lo que por ahí anda entre mi orla de COU y mis fotos de algún Viaje Fin de Curso. El Viaje Fin de Curso de J. y M., por ejemplo.

¿Dónde estaba yo mientras tanto? Bueno, yo escribía. Incluso compulsivamente. Lo de competir sí que no lo llevaba demasiado bien, eso lo reconozco. Me cuesta mucho, todavía con 34 años. Supongo que no participaba para no perder y que hoy en día hago lo mismo. Ganar una vez es la leche, pero perder cinco es directamente insoportable y no estoy dispuesto a pasar por eso. Además, la ficción no era lo mío, yo era más bien lo que se llamaría un cronista. Un cronista de su adolescencia, de la de todos ellos: yo les observaba y les describía, a veces en privado, a veces en público. Había en mí algo que podía ser talento o quedarse simplemente en intuición.

Mi objetivo era entenderlo todo y confiar en que, de esa manera, ellos me pudieran entender un poco a mí. Resumía lo vivido por escrito, ese era mi papel. No necesitaba crear universos porque en la adolescencia, el instituto, el Ramiro de Maeztu y Madrid en general ya estaba todo universo posible. De hecho, casi toda mi ficción posterior -es decir, casi toda mi vida- no es sino la recreación de aquellos personajes en distintos contextos, distintas situaciones: la Chica Langosta, mi Novia de los 90, A., B., J., M.... 

Hoy me preguntaba la chica de la secretaría de UPDEA si me pasaba algo, que me veía muy apagado. Di una serie de explicaciones muy vagas, muy falsas y luego, poco a poco, empecé a decir algo que tenía sentido así que probablemente fuera verdad: el problema no son los 34 años, casi 35, sino la expectativa de los 17. La sensación de que nos íbamos a comer el mundo y, ay, fue el mundo y se nos merendó. No competir en tu adolescencia es un lujo asumible porque intuyes -¿cómo podría ser de otra manera?- que el futuro te pertenece. Cuando pasan los concursos de popularidad, incluso cuando estás cogiendo teléfonos en una empresa hotelera, piensas que eso no son sino los prolegómenos de una biografía excelsa, los orígenes humildes.

Luego llega un momento en el que todo eso cuesta mucho más. No solo el presente sino la perspectiva del futuro. La propia Zahara cantaba, y era hermoso, aquello de "Todos queríamos ser extraordinarios" y en nuestro caso era así. Todos queríamos ser extraordinarios y yo el primero, desde mi distancia. Luego, la vida te coloca en su lugar. En distintos lugares, por supuesto, porque no hay algo así como una línea recta hacia el fracaso o el éxito, sino un montón de picos, una etapa reina del Tour. Solo que cada vez quedan menos y cuando miras hacia adelante, cuando cualquiera de nosotros mira hacia adelante, es casi imposible no pensar "viene lo peor" y como casi siempre que pensamos mal, lo más probable es que acertemos.