jueves, abril 26, 2012

Aleix Saló- Simiocracia



Recuerdo que, cuando estaba estudiando filosofía, el último curso de la licenciatura, Fernando Savater apareció en "Compañeros". Aquello fue un escándalo de primera en el templo de saber, ¿Kimi, Valle y Savater? ¡Hasta ahí podía llegar la banalización del conocimiento! El profesor se indignó tanto que sacó a relucir "El mundo de Sofía" y si no lo echó a la hoguera fue porque no lo encontró a mano.

Sin embargo, yo lo defendí. Defendí la divulgación, la posibilidad de explicar las cosas con suficiente intuición y claridad como para que suponga una invitación a la lectura atenta. Confiar en el lector o el espectador y su curiosidad. Por supuesto, "El mundo de Sofía", como manual, no tendría lugar en una carrera universitaria, pero yo jamás habría estudiado esa carrera universitaria de no ser por Jostein Gaarder y su pedantísimo libro con aquella repelente niña llena de diéresis. Llámenme excéntrico.

Con Aleix Saló me pasa algo parecido. Como todo el mundo, le conocí por el vídeo de presentación de "Españistán" y no puedo dejar de admirar su capacidad de síntesis, su facilidad para hallar la imagen precisa, la que explica toda una situación. Saló se maneja muy bien en vídeos de cinco minutos, la duda era saber cómo se manejaba en libros de 100 páginas, por muy ilustrados que estén.

"Simiocracia" parte de una idea contundente: estamos gobernados por inútiles. En todos los ámbitos. No por malvados urdidores de planes y conspiradores en la sombra. No. Por inútiles. Cuanto más inútil, mejor. Cuanto más gregario, mejor. Los políticos han dejado de gobernar para los ciudadanos y han pasado a gobernar para sus partidos. Se han alejado de la realidad. De esa manera, saltaron sucesivamente todos los controles financieros y no financieros sin que nadie reaccionara por miedo a llamar la atención. Seguir y seguir sin mirar atrás, sin denunciar nada.

Junto a ello, una infantilización de la sociedad que a Saló le preocupa y a mí también: el papel de los becarios, de los que nos hemos dejado -él y yo también, seguro- explotar por sueldos basura con la promesa, el sueño, de que algún día las cosas irían mejor, que conseguiríamos un ascenso o que alguien nos llamaría para confiar en nuestro talento, igual que el que compraba una casa a un precio imposible pero fantaseaba con que algún día esa casa valdría más y ganaría dinero con ella.

En eso sí puedo aceptar que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Tendríamos que haber dejado de humillarnos mucho antes, pero, ¿cómo hacerlo? A eso aún no tengo respuesta.

El ataque a la política no es gratuito en "Simiocracia". Muchas veces se ha dicho en este blog que criticar a los políticos es algo demasiado sencillo y un vicio muy español, pero es complicado pensar en un nivel de autismo y miserabilidad mayor. Efectivamente, unos no dejaron nada y otros van a acabar con todo, los dos grandes partidos tienen razón en sus proclamas. En medio, quedamos nosotros y nosotros, dice Saló, estamos simplemente aturdidos por una saturación de mensajes. Tan acostumbrados al apocalipsis diario en el telediario, al penúltimo escándalo, que simplemente hemos dejado de llevar la cuenta y nos hemos resignado al siguiente Madrid-Barça.

El problema de un libro así es que corre el riesgo de la precipitación. El autor lo advierte al principio: vivimos en una época en la que todo el mundo quiere tener una opinión de manera inmediata, y por eso nos llenamos de prejuicios. Sí, es cierto. En "Simiocracia" también hay algo de excesiva inmediatez y de prejuicios. Su lectura de "1984" de Orwell, además de tópica, es dudosa, y la adulación a Julian Assange, en mi opinión, resulta injustificada. Wikileaks, sin duda, forma parte de la saturación de información sin filtro, más ruido por encima del ruido.

Aparte de esos momentos de zozobra explicativa, el libro contiene hallazgos brillantes cada pocas páginas: la creación de las distintas burbujas, no solo financieras, sino sociales; el arraigo de las llamadas "verdades colectivas", o, cómo las palabras se pusieron al servicio de la política. Su lectura del gobierno Zapatero es despiadada, alejándose de cualquier conmiseración ideológica: aquel hombre era un inútil. Un buen hombre, quizá, pero completamente incapaz para su trabajo, mucho menos en el peor momento del capitalismo occidental.

Para mí, Zapatero sería, entre otros, la encarnación de ese emperador desnudo con una corte de gregarios alrededor regalándole los oídos.

Entra también Saló en el problema del populismo y a mí ese me parece uno de los temas más atractivos para el analista sociopolítico de nuestros días. La mala praxis constante de los grandes partidos, la corrupción a gran escala, el pasar facturas al ciudadano por la pésima gestión propia... la separación y la falta de confianza, en definitiva, no son sino el caldo de cultivo del líder carismático que lo soluciona todo como buen padre o hermano mayor. El libro pone como ejemplo a la Alemania de 1933, que es algo siempre muy socorrido, pero supongo que no hace falta llegar al abismo para sentir el vértigo.

Efectivamente, el populismo, la violencia, el odio irracional, todo lo que nos hace más animales y menos humanos, está a la vuelta de la esquina. Que no haya estallado ya es una verdadera sorpresa. Saló está convencido de que esa explosión está cerca porque las cosas van a ir a peor. Bueno, nuestro presidente fue ministro en 1996 y nuestro líder de la oposición lo fue en 1993, por no mencionar que fue la mano derecha de un gobierno que mintió con total impunidad cuantas veces pudo, incluso en las cifras de déficit oficial, que eran fácilmente comprobables.

Un gobierno que dejó de serlo hace cinco meses, ojo, eso dura nuestra memoria.

Mientras los mentirosos sigan ocupando los escaños es complicado pensar en mejorías. Los mismos miedos en las mismas peceras. "Simiocracia" es un libro recomendable, que roza en ocasiones lo simple y en otras lo sublime. Saló es suficientemente joven como para desnivelar la balanza y sería de agradecer. En un mundo rápido hacen falta mentes rápidas como la suya. El solo hecho de que haya decidido significarse, ya habla bien de él. Su libro se defiende por sí mismo.