sábado, mayo 05, 2012

Iñaki Uriarte- Diarios


Iñaki Uriarte es lo que yo llamo un "escritor ansiolítico", es decir, uno de esos autores que no te gritan al oído, que no caen en la indignación, que no dan una lección moral en cada frase y que ni siquiera están seguros de si hacerte pensar es lo más adecuado. Simplemente te cuentan sus historias, sus pensamientos, los dejan caer, livianos, con un ritmo tranquilo, sosegado, que te permite disfrutar de la lectura aunque, por supuesto, no siempre estés de acuerdo con lo que dice.

Hay en los "Diarios" de Uriarte, cuya segunda parte, de 2003 a 2007, acaba de publicar la exquisita editorial riojana "Pepitas de Calabaza" -que ya publicara recopilaciones de Manuel Jabois y Julio Camba entre otros- un punto de honestidad que se agradece. La felicidad no escondida. Como lector, agradezco especialmente las partes dedicadas a la literatura: sus elogios continuos a Montaigne y a Borges, sus pequeñas anécdotas, su facilidad para saltar de la presentación de ayer a la primera edición del siglo XVI. Lo agradezco porque no hay en su erudición pedantería alguna. Al contrario. Uriarte habla de libros y escritores como yo puedo hablar aquí de entrenadores y partidos de fútbol, compartiendo mi entusiasmo y mi curiosidad.

Curiosidad, esa es la palabra. Uriarte se muestra como un hombre curioso aunque él se empeñe en quitarse méritos y autocalificarse de vago y conformista. Esa pose estética en ocasiones cansa porque choca con la realidad de lo escrito: Uriarte sabe perfectamente que escribir en un periódico es trabajar y que no tiene sentido insistir en que ha cumplido su sueño de "no trabajar nunca". Si esa es una manera de escapar a las expectativas de su talento y justificar lo que algunos llamarían falta de ambición y otros, simplemente, apartarse de los tediosos concursos de popularidad, sería cuestión a debatir con su psicoanalista. En cualquier caso, sí, Uriarte trabaja, aunque se encuentre más cómodo en una pose decadentista, casi Panero, la "ama" y Benidorm como polos opuestos pero a la vez significativos de un gusto por el esplendor pasado.

El decalaje en el tiempo entre la escritura y la publicación de los diarios es un acierto absoluto. Leer en 2012 lo que era actualidad en 1999 o en 2003 nos ayuda a colocar esa actualidad en perspectiva. El propio Uriarte se asombra al ver cómo asuntos que provocaban debates apocalípticos habían desaparecido de la agenda social y política apenas unos meses después. Por sus diarios pasa el Pacto de Lizarra, la mayoría absoluta de Aznar, las elecciones que perdió Mayor Oreja, el 11-S, Irak, el 11-M, el Estatuto de Cataluña, el Plan Ibarretxe... La puerilidad de algunas reacciones, su extremismo, se muestran con más contundencia precisamente dejándolas reposar, enfrentándolas con el presente.

Lo mismo pasa en ocasiones con el propio Uriarte. Sus disquisiciones culturales son interesantísimas, su decadente mundo interior, con las pequeñas -y no tan pequeñas- enfermedades de la cincuentena, su mujer, su gato, su piso en Benidorm, resulta entrañable, pero sus opiniones políticas quedan demasiado difuminadas. A menudo, Uriarte se queja de que le pidan que "se moje" y con eso quiere decir que deje claro si es nacionalista o antinacionalista, con las filias y las fobias que eso conlleva. Contigo o contra mí, ya saben. España.Yo no le pido nada parecido porque sería absurdo viniendo de mí, pero sí se le puede pedir un análisis algo más fino de determinadas situaciones del País Vasco. Ventilarlo todo presentando a Isabel San Sebastián como una histérica probablemente haga justicia al personaje, pero no enriquece demasiado el debate.

El apocalipsis anunciado por determinada derecha tras cada medida del PNV no oculta el hecho de que esas medidas pudieran ser equivocadas e incluso peligrosas para la convivencia. Hay un punto medio en el que probablemente Uriarte se maneje pero que no consigue transmitir del todo en su diario y aquí lo que se juzga no es la persona -activista reconocido en la lucha contra ETA- sino al escritor, cuyo discurso es en ocasiones confuso por poco explicado. De hecho, la palabra "terrorismo" sobrevuela los dos libros sin acabar de posarse con suficiente asiduidad y a las cosas es bueno llamarlas por su nombre.

Este podría ser el único punto débil de dos grandísimos libros. La sencillez del estilo, el retrato de determinada España, determinado País Vasco, el alejamiento de la realidad mediante la cultura y su re-encuentro constante en algo tan cotidiano como un gato escondido tras un armario o una pareja de ancianos apurando el verano en el Mediterráneo... todo ello hace de "Diarios" una lectura imprescindible, de las que uno desea que no acabe. Incluso cuando al lector le dan ganas de polemizar, de entrar en la pelea, Uriarte ya se ha ido. Todo su libro es un "toco y me voy", un boxeador demasiado hábil, sin ganas ni fuerzas para entrar en el cuerpo a cuerpo. Eso se lo deja a otros. No puedes enfadarte con alguien así, con alguien que, da la sensación, no se enfada jamás, como si nada fuera crucial más allá de la mañana, la tarde, la noche y la enésima relectura de los "Ensayos".