miércoles, julio 04, 2012

Sé que mi padre decía


Medianoche en casa de la Chica Diploma. Una piscina azul iluminada tres pisos más abajo. Un salón a oscuras que recuerda que es verano, que por fin es verano porque el verano no es solo calor y calendario, es, sobre todo, la libertad de la madrugada. La ausencia de responsabilidades. La Chica Diploma duerme desde hace una hora, acurrucada en una cama enorme. La Chica Diploma es preciosa, no saben hasta qué punto.

Durante un rato, leo a su lado, intentando no hacer más ruido que el pasar de las páginas. El libro en cuestión es "Sé que mi padre decía", de Willy Uribe. Yo sabía que iba a escribir "El Pingüino" pero no sabía que lo iba a escribir como Willy hasta que leí su "Los que hemos amado". Uribe ha vendido libros muy por debajo de sus posibilidades. Lo que hace podría llamarse "novela negra" si no fuera "novela sórdida". Hay algo de Highsmith y algo de Bolaño en su literatura. Algo de Faulkner en su retrato de un País Vasco opresivo, peligroso, acechante. Un País Vasco yoknapatáwphico. Entre ETA y la política nos han privado de nuestro propio sur de Estados Unidos en el norte del país y es bueno que alguien lo rescate de vez en cuando.

Véase "Bosque de sombras", de Koldo Serra.

Yo leo, la Chica Diploma duerme y la piscina borbotea. Ha sido un día extraño: he tenido mi primer dolor de muelas de toda mi vida y ha durado solo unas horas. Se ha ido con un paracetamol. Como dolor de muelas reconocerán que es algo decepcionante. El problema sobre todo fue la clase de la tarde. Dar clase durante dos horas, esas dos primeras horas del curso a las que todo profesor tiene pánico porque intuye que se juega mucho. Mi boca dolorida y las palabras saliendo en inglés como buenamente podían. Algunas caras perplejas, algunas críticas desde el fondo sur.

He escrito un libro de 125 páginas en siete días. Además, por lo que dicen, está bien, yo aún intento averiguarlo. Haces cosas que crees que puedes hacer y luego van las muelas o el paladar o la garganta o el ojo y empiezan a quejarse. Te levantas para dar una clase de conversación y te vuelves a la cama. Quieres desaparecer. Lo bueno de la casa de la Chica Diploma es que no es mal sitio para desaparecer. Uno llega allí a las diez de la noche y puede prescindir de casi todo porque está ella. Fantasear con prescindir de casi todo porque está ella. No tener miedo.

La estupidez nos rodea. Recuerdo aquella frase de Coetzee: "Pero, ¿cómo decirle que ocurren cosas horrorosas por la noche mientras nosotros dormimos?" Duerme, con el punto de fragilidad de todas las mujeres hermosas. Ocurren cosas estúpidas. Esperando a los bárbaros.

La casa de la Chica Diploma tiene algo de chalet en la Sierra porque a mí una vez que me llevas al sur de Atocha es como si me llevaras a Lekeito, vaya, que lo mismo me da. Piscina, silencio nocturno, madrugada de julio. Es tan dulce que duerme casi sin respirar, como si temiera despertarse a sí misma. Yo, al contrario, ronco como un animal, o eso dice ella, como si tuviera que vengarme en sus oídos de todas las chicas preciosas que negaron mi acceso a su cama.

Cuando eso sucede, me coloca de lado y se me pasa. Solo hay una cosa que se me dé mejor que mandar, y es obedecer.