jueves, febrero 21, 2013

Yo fui ese hombre, yo tuve a esa mujer


Yo creo que lo que nos gusta de Emmanuel Carrère es que no haga concesiones. Estamos aburridos de concesiones y seductores. Estamos cansados de la poesía de la vida cuando la vida no tiene ninguna poesía, ninguna literatura. Carrère es un hombre como usted y como yo, o al menos lo parece, un hombre que va a lo suyo y que cuando ve un árbol dice "árbol", esa magnífica sobriedad, ese ahorro de palabras y de sentimientos. Si lo que nos conmueve es la narración de la realidad y no la realidad misma tenemos un problema. Carrère lo sabe. Carrère sabe también que esa enfermedad aún no está del todo extendida y que la realidad sigue mandando, por eso nos la presenta, sin más, sin edulcorantes. El adjetivo es la EPO de la literatura.

De las primeras 125 páginas del libro, me quedo con este pasaje:

"Existe una foto en que se le ve de pie, con el pelo largo, triunfal, vestido con lo que él llama su chaqueta de héroe nacional (...) y a sus pies, Elena, desnuda, deslumbrante, grácil, con los pechos firmes y livianos que a él le enloquecían. Ha conservado esa foto toda su vida, la ha transportado a todas partes, la ha colgado de la pared, como un icono, en cada uno de sus paraderos. Es su amuleto. Dice que pase lo que pase, por bajo que caiga, hubo un día en que él fue este hombre. Tuvo a esta mujer."

Creo que puedo entender a Eduard Limónov porque la gran aspiración de mi vida siempre ha sido poder decir en algún momento: "yo fui ese hombre", aunque por pudor jamás enseñaría una fotografía ni mucho menos la colgaría de una pared. También coincido en que ese sentimiento de plenitud tiene que ver con mi necesidad de poseer la belleza. No la belleza poética, no la belleza artística. La belleza. Pechos firmes y livianos incluidos.

Es la una de la tarde y llevo trabajando desde las ocho. Ha sido una semana terrible, sin matices, y no ha terminado. De hecho, al día de hoy le quedan cuatro horas de clase de inglés, una reunión para la revista digital que dirijo y una colaboración nocturna en la Cadena COPE para hablar del positivo de Ben Johnson en Seúl 88. Eso será dentro de catorce horas. Ayer le comentaba a mi psicólogo que no me acababa de gustar el mundo en el que vivo. No me refiero a "mi" mundo, sea eso lo que sea, sino a "el" mundo, de difícil concreción. "Desde fuera no se te ve tan mal", dijo, y por supuesto tenía razón, porque el hecho de que yo piense que la vida es una selva no quiere decir que no sepa vivir en esa selva. Otra cosa, insisto, es que me guste, que no me gusta un pelo.

A la Chica Diploma no le hacen gracia esas cosas y las puedo entender. Piensa que acabaré suicidándome con una sobredosis de algo. Miento, no lo piensa porque me conoce y sabe que yo no hago esas cosas pero supongo que sí puede tener miedo a que algún día desaparezca, no de la vida pero sí del famoso "mundo" y trate de empezar una vida de guanche en Fuerteventura. El deseo del suicidio es el deseo de la desaparición, decían en un reportaje de TVE que pude ver ayer por la noche, al volver del trabajo. Si soy sincero, nunca he entendido el suicidio. Veo a los padres de ese niño caminar por el Parque de Ordesa, al parecer su lugar favorito, y pienso que bastaría con desaparecer ahí para ser feliz, que no hace falta arrojarse a las vías de ningún tren.

¿Qué hay después del tren? Nada. ¿Qué hay después de la desaparición? Si se trata de Ordesa, tampoco me parece tan grave.

Salieron unas imágenes del suicidio de Kurt Cobain. Mi generación nació de un suicidio. Sin embargo, no, nunca me lo he planteado. Intento pensar en la gente que conozco que sí lo ha intentado sin conseguirlo, pero hay un abismo de incomprensión. Jamás podré entender qué te lleva a la nada, cuál es su atractivo, igual que ellas probablemente no vean atractivo alguno en esta vida angustiosa en la que el mejor momento del día, con diferencia, es cuando me levanto y veo el pijama y las gafas de la Chica Diploma en el baño, tirados de cualquier manera para no despertarme, y el recuerdo inmediato de que me quiere, cada día, con fotos o sin fotos, y que, pase lo que pase, por bajo que caiga, hubo un día en el que yo fui ese hombre y me quiso esa mujer.