sábado, abril 13, 2013

Los escraches y el nazismo


Hace poco, en el Festival de Medina del Campo, programaron un corto documental llamado "El violinista de Auschwitz". El documental era impactante aunque en realidad no contaba nada nuevo. Se trataba del testimonio en primera persona de un superviviente del campo de exterminio por excelencia que contaba sus vivencias ahí, es decir, desde la primera estrella amarilla en Salónica hasta la detención y deportación masiva de miles de familias, la llegada en tren, la manera de arrebatarles todas las posesiones, matarles de hambre, observar cada día el fuego negro pestilento que salía de los crematorios, la conciencia de que de ahí no se va a salir, el miedo, los perros, los compañeros perdidos, los esqueletos andantes, la grasa humana convertida en jabón, la convivencia de griegos con italianos, rusos, polacos, alemanes, austríacos, franceses... porque el proyecto nazi de exterminio racial e ideológico no tenía fronteras, no tenía límites y todo el mundo asistía complacido.

Contaba la salida a través del violín, formar parte de la orquesta ante la que desfilaban los que iban a morir con sus pelos rapados, sus trajes a rayas sucios, rotos, el frío horroroso del invierno polaco y él tocando lo que sabía y trabajando para Bosch, donde el dueño le salvó literalmente la vida considerándole un trabajador imprescindible, es decir, un esclavo imprescindible que se acabaría salvando del humo negro, de la cámara de gas donde te daban una pastilla de jabón-grasa judía y te quitaban ya lo último que te quitaban antes de asfixiarte durante segundos, una muerte horrible, calculada, planificada desde lo más alto y aceptada por la sucesión necesaria de funcionarios a lo Eichmann que celebran las órdenes o se limitan a cumplirlas sin discutir.

El horror. El horror sin matices. La mayor crueldad que se conoce en la historia contemporánea de occidente. Las declaraciones de Primo Levi sobre Auschwitz y Dios, Auschwitz y la poesía. El nazismo. La refinada crueldad del holocausto, los millones de muertos por toda Europa.

No es que necesitara de ese cortometraje en concreto para recordar lo que fue aquella barbarie, pero hoy me he acordado de ese violinista y su número grabado en el brazo, con la condena de muerte en forma de triángulo incluida. Me he acordado al oír que María Dolores de Cospedal consideraba que los escraches eran nazismo. Y yo, que no soy un apasionado de los escraches, desde luego, no he podido evitar un ataque de rabia, de profunda rabia y desprecio. Por razones obvias. Por la profunda ignorancia y el horror que supone no solo que se ataque algo que, ya digo, me parece mejorable sino que se trivialice aquello, que alguien pueda pensar en algún sitio: "Ah, pues lo de los nazis no fue para tanto, total si es lo mismo que hace la PAH....".

No cabe un sinvergüenza más en este país y eso es un hecho.