Una de las grandes batallas de la
Agencia Estatal Antidopaje, liderada por Ana Muñoz, es demostrar a toda
la comunidad internacional su enfado con la resolución de la Operación
Puerto. Para ello, cada vez que hay un micrófono delante, exige la
entrega de las bolsas de sangre y de plasma incautadas durante el
proceso para poder cotejar los ADN y determinar sus propietarios. De esa
manera, siete años después, se podría por fin saber quién era cliente
de Eufemiano Fuentes y así actuar en consecuencia contra el deportista
en cuestión.
¿Suena bien, verdad? A mí me gusta. Dentro del sumario de la
Operación Puerto aparece una conversación entre Fuentes y Labarta, otro
de los acusados, en la que hablan de un tal Huerto, que habría llegado
tarde al prólogo de una carrera para desesperación de ambos
contertulios. “Huerto” —o más concretamente “Huerta”- es el nombre bajo
el que se esconde al menos una bolsa de sangre de las que la AEA quiere
recuperar cuanto antes. “Huerta”, según la conversación y los datos que
se dan en ella, aunque sorprendentemente no se incluyera su nombre en
el informe posterior de la Guardia Civil, no puede ser otro que el
ciclista Luis León Sánchez, por entonces corredor del Liberty Seguros,
el equipo comandado por Manolo Saiz, y que contaba en sus filas con
Alberto Contador entre otras jóvenes estrellas.
Nacido en Murcia, tierra de huertas, e hijo de un guardia civil,
“Luisle” llegó 25 segundos tarde a la contrarreloj de la Vuelta a
Cataluña el mismo día que Labarta llamó a Fuentes para hacer su propia
ronda informativa, un dato que no parece que necesite siete años ni una
gran investigación para ser cotejado.
Pese a todo, el corredor nunca había recibido sanción alguna por su
relación con el tristemente famoso ginecólogo canario hasta que las
pruebas hicieron que su actual equipo, el holandés Blanco, le apartara
“de facto” de la competición, lo que en el argot del dopaje se llama “un
neverazo”, es decir, no hay sanción pública, pero al deportista se le
impide competir. Cuántos “neverazos” hay al año es imposible de saber
pero no deben de ser pocos. En cualquier caso, Blanco ha decidido que,
apagado el ruido, Luisle pueda volver a competir y lo primero que ha
hecho el corredor después de siete meses sin competir es exhibirse en la
Vuelta a Bélgica, quedando segundo en la general y ganando la última
etapa en solitario, manteniendo a raya a los mejores ciclistas de la
carrera.
¿Para qué demonios quiere Ana Muñoz las bolsas de sangre o
identificar a nadie si los ya identificados siguen compitiendo y ganando
siete años después sin investigación ni sanción alguna? Yo no digo que
Luis León Sánchez se esté dopando ahora mismo ni que lo haya hecho en el
pasado. No tengo ni idea, solo faltaría que yo supiera eso. Lo que
denuncio es que no tiene sentido alguno ir pidiendo nombres de
implicados en la Operación Puerto y saltarte los que ya tienes, dejando
que sigan compitiendo sin pregunta alguna ni requerimiento oficial ni
investigación pública al respecto en la que el deportista tenga que
explicar qué hizo en su momento y por supuesto pueda defenderse de las
posibles acusaciones.
¿Hasta dónde van a llegar las trampas en el deporte profesional? De
acuerdo, siempre han existido, y las anécdotas de ciclistas, atletas,
futbolistas, baloncestistas… puestos hasta arriba de anfetaminas o
cafeína o cocaína antes de una competición abundan, pero permítanme que
haga una distinción tremendamente subjetiva aunque a mí me parezca de
sentido común: el que se toma una anfetamina —o un buen número de ellas-
para no notar el cansancio y aguantar kilómetros y kilómetros es un
tramposo; el que contrata a un médico por miles de euros, sigue una
planificación diaria de sustancias dopantes elaboradísimas, se extrae
sangre para ir pinchándosela a lo largo de la temporada según convenga y
utiliza todo tipo de trucos para burlar los controles antidopaje no es
un tramposo, es un enfermo, un psicópata, un hombre o una mujer sin
escrúpulo alguno.
La batalla contra el dopaje reside en que estos tramposos, sean
quienes sean, no sigan siendo considerados como héroes por la sociedad y
dejen su espacio a los que de verdad lo son: a los que creen en un
deporte limpio, sin atajos, con sacrificio. El deporte de los tan
sobados “valores”. Mientras las generaciones pasen y esa gente no pueda
competir contra los que siguen yendo a 42 por hora en el Tour o siguen
corriendo en el minuto 90 del partido como si no hubiera un mañana —ni
hubiera habido un ayer-, el deporte será un nido de víboras aprovechadas
dispuestas a lucrarse con la salud y las ilusiones de los demás. Eso es
lo que está en juego: saber si eso que le enseñamos a los niños es un
deporte, en el mejor sentido de la palabra, o una competición amañada
por representantes, apostadores o médicos.
Y el problema es que ahora mismo no lo sabemos y no parece que nadie
esté interesado en saberlo, empezando y terminando por la AEA y los
medios afines.
Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"