viernes, julio 05, 2013

Los comisarios del muérdago


Hablaba de 2006 y me olvidaba de 2002, de lo fantástico que fue 2002 en términos de vitalidad y de sentimiento de estar muy cerca de algo, sin saber de nuevo el qué, aunque para hablar de 2002 habría que hablar de 2001, las noches pegado al chat de Ya.com estrenando mi divorcio, los viajes frustrantes, la banda sonora de "Buena Vista Social Club" sonando una y otra vez. De Alto Cerro voy para Macané, llego a Cueto, voy para Mayarí. Yo siempre fui muy de dejar el camino para coger la vereda y allí donde había diez no podía haber once por mucho empeño que le pusiéramos, PC Fútbol en la Plaza de la Cebada, Magnums dobles de chocolate, fascinación repentina por el Palacio Real, 24 años más tarde.

El último día de 2001 -el primero de 2002- lo celebramos con una enorme fiesta en casa de mi hermano. Decidimos colgar un plástico verde del techo y llamarlo "muérdago". Aquello estaba en medio del pasillo y de ninguna manera era homologable, pero funcionó: había unas reglas y se cumplieron. Si un chico y una chica pasaban por debajo a la vez, tenían que besarse, no había excusas posibles. Repartieron unas "M" de cartulina y nos convertimos en los "comisarios del muérdago", los encargados de que todo fuera bien y en orden. Mi gran aportación fue la ley de los "3 segundos en la zona", que te impedía quedarte debajo del plástico más de tres segundos a ver si caía algo.

Estaba colocado en pleno pasillo, entre la cocina y el baño, así que complicado no era.

Además, al rato ya decidimos que las propias M valían como muérdago.

De hecho, para el final de la noche, con hacer la letra con los dedos bastaba. No hubo demasiadas quejas.

El 1 de enero, aún con la testosterona por las nubes, empecé a salir con L. y fueron unos meses maravillosos en los que no dejé de hacer el idiota. Unos meses de aprender alemán, coquetear con chicas con novio, consolidar un equipo de baloncesto, trabajar en Sylvan, luego en Solmeliá y finalmente en Sofres... Meses de dejarme querer mucho, porque L. me quería mucho y yo la quería una barbaridad, solo que, para variar, no me había enterado. Fiestas en un molino, amigas expertas en la liga argentina... Tenía 25 años y estaba loco, convencido de que la cosa, además, solo podía mejorar, que la década de los 25 a los 35 tenía que ser la mejor de la vida de cualquiera.

Puede que tuviera razón, ya les iré contando.

El caso es que aquel primer año fue excelente y, dentro de la torpeza casi adolescente, dentro del daño cometido y el daño sufrido, dentro de que las cosas se podrían haber hecho mejor en muchos casos, al menos se hicieron a mi manera. Fue un año muy Frank Sinatra y creo que todo el mundo tiene que permitirse un año Frank Sinatra. O varios. Éramos una panda de estúpidos, la típica que se juntaba en la Nochevieja de 2002 -Año Nuevo de 2003- para poner canciones de Alejandro Sanz y abrazarnos "dándonos la paz". Insoportablemente felices.

Luego, todo cambió, como si hubiera habido una vida entera de julio de 2001 a julio de 2003 y otra completamente distinta de ahí en adelante, hasta octubre-noviembre de 2005, más o menos. Soy tremendamente afortunado, si lo piensan, ¿a cuánta gente le es dado vivir tantas vidas distintas? Otra cosa es que aquello mereciera mucho la pena ser vivido. Yo diría que no. Me hice terriblemente serio, empezó la fuga de cerebros, vivir a lo Frank Sinatra tuvo sus consecuencias -y es que al final siempre acabas besándole la mano a un Vito Corleone y pidiéndole favores- L., por supuesto, desapareció e hizo muy bien, yo incluso se lo reconocí en un libro de relatos, y como no tenía nada que hacer, me puse a dieta, es decir, que ya ni chocolates ni Magnums.

De muérdagos, chicas y besos, mejor, ni hablamos.