martes, agosto 13, 2013

La última victoria de Lucho Herrera contra Miguel Induráin


Lucho herrera

A Lucho Herrera no le llamaban «el Jardinerito» por casualidad: pasó su adolescencia podando céspedes en Fusagasuga, a una hora escasa de Bogotá, cuando la bicicleta no era un lujo sino un medio de transporte para ir de recado en recado y llevar algo de dinero a casa mientras intentaba acabar la secundaria. Esas experiencias marcan un carácter y el de Herrera era calmado: un tipo poco hablador, poco expresivo, que parecía hacer su trabajo sin más, sin estridencias, sin necesidad de impresionar a nadie. Un Nairo Quintana pero sin la poderosa estructura de Movistar detrás y su entrenamiento científico. Algo parecido a un francotirador silencioso.

En Colombia llegó a ser tan popular que, ya retirado, un cuatro de marzo de 2000, una brigada de las FARC lo raptó durante una visita a la casa de su madre. Aquel secuestro fue como una canción de Sabina: siete hombres con metralletas se lo llevaron a la montaña, ojos vendados, y cuando llegaron al refugio y descubrieron quién era realmente, lo empezaron a asediar con preguntas sobre el Alpe D´Huez, los lagos de Covadonga, la Vuelta a España de 1987… y a las 24 horas lo liberaron, pidiéndole inmediatamente disculpas por las molestias.

Y es que la popularidad de Herrera estaba bien ganada: durante años fue el estandarte del clásico Café de Colombia, un ciclismo incipiente que databa de finales de los 70 y que se prolongó hasta los 80 y parte de los 90 antes de desaparecer sorprendentemente, siempre se ha dicho que arrinconado por la EPO, aunque quizá Santi Botero no opine lo mismo. Eran los años de Jaramillo, del Pacho Rodríguez, de Farfán, de Patrocinio Jiménez, Camargo y ese largo etcétera encabezados por el espectacular Jardinerito y el constante y regular Fabio Parra, un hombre más preparado para grandes rondas, como demuestran su segundo puesto en la Vuelta de 1989, detrás de Perico Delgado en su esplendor, y el podio del Tour de 1988, también detrás de Delgado y Steven Rooks.

Lo que no consiguió nunca Parra fue ser primero. Herrera estuvo a punto tantas veces que cuando lo logró tuvo que ser de rebote, aunque de eso hablaremos más adelante.

En 1984, aún como amateur, «el Jardinerito» se plantó en el Tour de Francia y venció en Alpe D´Huez por delante de Fignon y Bernard Hinault. No era poca cosa: Lucho era el mejor escalador de todos los «escarabajos» pero su falta de disciplina en la contrarreloj arruinaba toda esperanza. Podía perder seis minutos, siete, ocho… en tiempos en los que cada vuelta que se preciara incluía dos o tres etapas de ese tipo y además largas. Al año siguiente, 1985, asombró a toda Francia ganando de nuevo dos etapas, una de ellas, la de Saint-Etienne, con la sangre cayéndole por la cara tras una caída.

Sin embargo, como decíamos, su gran momento llegó algo más tarde, en 1987. Si el Giro lo ganaba generalmente un italiano que supiera manejarse en la media montaña y el Tour era para hombres mucho más completos que el colombiano, la Vuelta a España sí podía darle alguna oportunidad en la general, con sus puertos cortos pero explosivos, sus contrarrelojes reducidas al mínimo para favorecer a los Delgado, Pino, Lejarreta y compañía, y su habitual guerra de guerrillas en la que los chicos del Café de Colombia y el Postobón se manejaban a la perfección.

Aquella edición tenía solo 66 kilómetros contra el crono y dos hombres dispuestos a jugarse el triunfo: el irlandés Sean Kelly, del KAS, que acumulaba clásicas y vueltas de cinco días con una facilidad asombrosa, para acabar pegándosela tarde o temprano en alguna etapa de montaña de Vuelta o Tour, y el alemán Raymond Dietzen, estrella del equipo TEKA, que tenía en España su hogar y su lugar para el lucimiento. Como tercera opción quedaban «los colombianos», así, en conjunto, como una unidad indiferenciada. En la primera etapa de montaña, Dietzen logró el liderato tras el triunfo de Lale Cubino. La alegría le duró cuatro días, hasta la llegada a los lagos de Covadonga. Ahí, en plena exhibición, Herrera le metió un minuto y medio a Vicente Belda y a Sean Kelly, casi dos minutos a Dietzen, más de tres a Delgado y cerca de cuatro a Laurent Fignon.

Era el día de su cumpleaños y Lucho lo celebró con una frase lapidaria: «No voy a ganar la Vuelta». Viendo lo que quedaba de la carrera, la cosa no estaba tan clara...

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