sábado, agosto 03, 2013

Low Cost 2013


Por lo demás, sí, hubo un festival. El mismo festival al que había asistido en 2011 en condiciones francamente lamentables, como el que va a Fátima pero en vez de esperar encontrarse con la virgen espera encontrarse con OK Go! Eso, Vetusta Morla y Love of Lesbian. La santísima trinidad. Dos años más tarde, las cosas han cambiado pero el hotel Cabana, no. En compañía de la Chica Diploma, parece aún más cutre, más sesentero, más Alcalde Pedro Zaragoza. No es una torre pero es una fuente de olores a crema, niños corriendo y recepcionistas perezosos. Por los pasillos se escuchan las pruebas de sonido y después los conciertos como si estuvieras en una grada supletoria a dos kilómetros de distancia. En la habitación, que sorprendentemente es cuádruple, ocurre más o menos lo mismo.

El primer día es el día de acomodarse y eso hacemos: no tanto en la habitación enorme, con una preciosa terraza llena de sillas sucias, sino en la ciudad, o, más bien, en sus plazas de aparcamiento. Momentos de desesperación porque son las ocho y luego las nueve y aquí no hay quien aparque hasta que encontramos un área residencial en lo que parecen las afueras y resulta ser la parte de atrás del hotel y del recinto del festival. Nuestra vida como una canción de Pink Floyd. Almas en una pecera.

Después, cena digna y, ya sí, cambio de abonos por pulseras, reconocimiento de la Zona VIP, concierto de Two Door Cinema Club más que recomendable y un lento apagarse que hace que el concierto de Lori Meyers llegue tarde, en parte por el cansancio y en parte porque, en fin, es Lori Meyers y tampoco me entusiasman, así que a casa, la Chica Diploma desvelada que coge la habitación buena, la de la tele y la terraza, y me deja a mí la otra, la de la música rebotada y el calor. Por fin somos un matrimonio. No importa: caigo dormido al instante mientras a lo lejos suena "Luces de neón".

El sábado es distinto. Algo distinto, al menos. Un sábado de orzuelo -o vaya usted a saber- en el ojo izquierdo, de paseo con gafas de sol y gorra de excursionista por el paseo marítimo, playa de Levante, rascacielos enormes y paella viendo la clasificación de la Fórmula Uno, ese atavismo de las sobremesas de sábado en verano. Después, siesta, María Teresa Campos -el extraño magnetismo de María Teresa Campos y su colección de momias, un magnetismo arqueológico mientras pienso para mí mismo: "Debería estar leyendo, debería estar leyendo...", pero no- y a las diez en la Ciudad Deportiva Guillermo Amor a ver a Belle and Sebastian, mucho mejor que otras veces, más dinámicos, más divertidos, sacando gente del público al escenario a que se diviertan y a mí eso me parece algo muy bonito, no ya para el espectador, que podría prescindir de esos momentos, sino por los elegidos, la sensación de que tienen algo que contar el resto de su vida y todos necesitamos algo que contar el resto de nuestra vida.

Yo, por ejemplo, cuento mucho que vi un Argentina-Nigeria, final de los Juegos Olímpicos de 1996, en una habitación de hotel de Santander junto a Andrés Calamaro y Ariel Rot. En su momento no me pareció gran cosa- básicamente mis ojos estaban en el Piojo López- pero con el tiempo, la anécdota ha ganado glamour, sin que sea mérito mío, por supuesto.

En fin, que después de Belle and Sebastian llega Portishead. Tenía una amiga, o mi hermano tenía una amiga, porque en general los amigos de mi hermano han tenido serios problemas para ser amigos míos y algo de culpa tendré yo en ello, lo reconozco, que reconocía que le gustaba follar a ritmo de Portishead. Puedo entenderlo y no, es decir, puedo entender la seducción, un cierto erotismo, a ritmo de "Glory box", por ejemplo, pero me cuesta imaginar el ritmo cansino, aletargado del amor al calor de un grupo tan lánguido. Un amor tórrido en el peor sentido. Amor de agosto por la noche, cariño, ¿por qué no abrimos la ventana? Portishead, siento decirlo, me invita a la rutina.

Lo mismo le pasa a Hache y a la Chica Disney, que están continuando en Benidorm su gira de festivales y que muestran un entusiasmo envidiable, especialmente la Chica Disney, que me abraza, me besa, incluso me levanta en brazos, se sienta conmigo en la hierba mientras Dorian suena de fondo y la Chica Diploma se ha ido a bailar, que falta le hacía, no se puede estar siempre con un soso como yo, y hablamos de lo que son los 30 años, de lo que es estar perdido y de los milagros que ocurren de vez en cuando. La necesidad de esperar un milagro continuamente, no desfallecer.

Y así llegamos al domingo, al día más activo, por así decirlo. Paseo por Playa de Poniente, primero paseo marítimo, luego, por la orilla, esa orilla de tres centímetros que dejan las playas de Benidorm entre la última ola que rompe y la primera sombrilla. Tres centímetros utilizados por muchos para jugar a las palas, en un alarde de inocencia entrañable mientras nosotros paseamos y nos cogemos de la mano y no nos importa que alguna ola revoltosa nos empape los pantalones e incluso fantaseamos con tirarnos al agua y nadar, refrescarnos, casi 35 grados más la humedad antes de una lubina en un chiringuito mientras Vettel no gana pero tampoco pierde del todo, términos medios, y Alonso se enfada como un niño pequeño.

En el hotel, otra siesta, rápida porque hay que ir a ver a Zahara a las ocho y Zahara sale con un conjunto ceñido color dorado y da un concierto notable, ideal para la situación porque Zahara tiene que demostrar que ya no es una "chica pop" ni una "chica Vuelta a España", que sus influencias van ya por otro lado, más rockero, más experimental, más Sonic Youth si se me permite la comparación, mucho más Escenario Budweiser que Búho Real, igual que probablemente Standstill sean más Joy Eslava o Sala Apolo que festival de madrugada...

Tras Zahara, un poco de nada. Un poco de bocata de chorizo en zona VIP, sofás y asientos y gotas en el ojo y guardar sitio en la grada para el concierto de Love of Lesbian, el único que dan en todo el verano dentro de un festival y que, quizá por eso mismo, deciden que dure dos años ante un público entregado. El concierto es peor que el de hace dos años porque su último disco no es "1999", lo que no quiere decir que sea malo sino que no es "1999", punto. O que no significa para mí lo que significó "1999" y me cuesta seguir el ritmo, lo que no quiere decir que un concierto de LOL siempre sea un concierto de LOL y lo disfrutemos bailando mientras unos porreros adolescentes se sientan adelante con una cara de profundo aburrimiento como si estuvieran esperando al siguiente grupo, pero, ¿qué siguiente grupo?, ¿Fangoria? ¿Están esperando a Fangoria con su melancolía juvenil? No me jodas.

La última canción es "Los toros en la Wii", sin duda la mejor del concierto, con su "Dignísima gente rastrera" y Santi Balmes paseando entre la gente como un Mesías. Creo que Santi se maneja bien en la pretensión de Mesías, que le hace gracia, que no se lo cree porque tiene una edad, una experiencia y un sentido común, pero le divierte que los demás sí se lo crean. Un tipo juguetón. Cabía la posibilidad de que decidieran dar vida a la versión que hicieron para una conocida marca de cerveza, pero no, se mantuvieron fieles a su público, al juerguista, al "he inventado un juego, Toros en la Wii... indomesticados", como si sintieran que no podían arrebatarnos eso al club de fans de John Boy y vendernos una fiesta paellera de bikinis y besos apasionados.

Y después de Love of Lesbian, de nuevo Hache y la Chica Disney, una más baja de revoluciones por una dura noche anterior, la otra, inasequible al desaliento, bailando Fangoria como si no hubiera un mañana. Mi problema con Fangoria no está tanto en sus canciones sino en Alaska. Lo siento pero veo a Alaska y veo de nuevo a María Teresa Campos, veo a Jorge Javier Vázquez. Para mí, Fangoria es un tío que intenta hacer música y una mujer que se pasea por Telecinco y se rebaña en la caspa y me cuesta mucho, ya lo siento en serio, pero la Campos, una vez al año no hace daño. De ahí a aceptar imitaciones va un trecho...

... Así que, en un ataque de rebeldía me voy a las dos de la mañana a ver a Standstill. Es curioso que haya aguantado desde las ocho hasta las dos y es curioso que en tres días haya visto siete conciertos, incluso ocho según qué cuentas hagamos. A usted, festivalero post-adolescente, le parece normal e incluso poco, pero yo, que me conozco, estoy sorprendido. Esta vez la cansada es la Chica Diploma, así que nos sentamos al fondo del Escenario Energy, en una de las carpas que aún no han desmontado, y todo marcha bien, algo confusos en el ruido y la experimentación hasta que suena el principio de "¿Por qué me llamas a estas horas?" y yo salto como loco y me voy al mogollón -un pequeño mogollón porque todo el mundo está con Alaska y su tiempo tan feliz-, me empujo con dos o tres sin venir a cuento, me trastabillo en mi carrera como se trastabilla el cantante con la letra y entonces pienso que no puedo dejar a la Chica Diploma sola a estas horas en un festival de buitres porque es demasiado guapa y vuelvo corriendo, como me fui, a su lado, no sé si a protegerla o a protegerme a mí y lo primero que me dice, sonriendo, es: "¿Pero por qué no te has quedado ahí bailando?"

Y, ya que Rosa Díez puede acabar sus comparecencias citando a Ketama, permítanme que yo acabe este post citando a Manolo Tena con un "Y yo no sé qué contestar".