sábado, enero 25, 2014

Breaking bad


Me levanto después de cuatro horas de sueño, ni una más. Lo último que recuerdo del día de ayer fue hablar sobre Luis XVI en la radio, llegar a casa, acostarme en la cama donde mi mujer llevaba horas durmiendo y acabar de ver un capítulo de "Breaking Bad" porque he decidido pasar mi depresión enganchado a series, que siempre será mejor que apostar por caballos, por poner un ejemplo. Cuatro horas cunden poco pero a veces siete u ocho no cunden más. En cualquier caso, es lo que hay: me ducho, cojo el metro y acabo en Alberto Alcocer hablando de baloncesto con Pablo Martínez Arroyo y Antonio Rodríguez.

Hablamos del baloncesto malo, del sucio, del de las quiebras y los impagos y las trampas. Una de las tantas expresiones del deporte profesional. Justo al salir de la "reunión" -un zumo, un croissant y un café no sé si son una reunión- descubro que han publicado mi reportaje sobre doping en JotDown. Me tomó un mes y pico hacerlo, entre otras cosas porque a mitad de reportaje me sentí incapaz de siquiera empezar a escribirlo. Fue duro. Hablar sobre dopaje siempre es duro porque aquí nadie habla de dopaje. La tremenda amabilidad con la que todos los que aparecen en el artículo -De la Morena, Arribas, Sergio, Tebas, Ezquerro, la AEPSAD con Gómez Bastida al frente...- me recibieron y me ayudaron contrasta con lo enorme que parece el lado oscuro, el abismo que queda al otro lado y al que nadie quiere asomarse.

Hasta cierto punto, escribir sobre dopaje en España es perder el tiempo. Como escribir sobre la Mafia en Italia: o canta alguien y estás seguro -¿cómo estar seguro, por cierto?- de que dice la verdad o estás apañado. O eres la USADA o vas listo. Acabas asomando una punta del iceberg que a algunos les escandaliza y a otros les parece banal. Yo me decantaría por lo segundo pero, de nuevo, ¿cómo estar seguro?

El artículo lo leyó la Chica Diploma antes de publicarlo. Necesitaba que alguien fuera de este mundo podrido del deporte profesional lo leyera para saber si interesaba al aficionado medio o no. Le gustó. Hizo algunas correcciones brillantes, de hecho. Si la Chica Diploma leyera mis artículos antes de publicarlos serían mejores pero yo tampoco ando diciéndole qué músculos rehabilitar o cómo pasar un Tecar sobre una zona fibrosada, así que en eso estamos empate. Me paso por Hacienda a coger unos papeles y recojo a mi mujer en la parada del autobús donde se bajaba mi padre.

A veces me pregunto qué tiene mi padre que ver en todo esto, y "todo esto" no se asusten tampoco es para tanto: una simple tristeza que se complica. El lunes fui al psiquiatra y me dijo que parecía una depresión. Mi psiquiatra me conoce tanto que se acuerda del nombre de mi primera novia... y a la vez me conoce tan poco que estoy convencido de que no se acuerda del de mi mujer aunque sean casi idénticos. Obviamente, desde que oficialmente estoy triste, es decir, desde que me lo puedo permitir, estoy mejor. Cosas de la culpabilidad. Las penas, con receta, son menos.

En cualquier caso, pasear nos viene bien a los dos, esté mi padre o no por medio, y eso es lo que hacemos: Andrés Mellado, Guzmán el Bueno y de ahí el serpenteo hacia Quevedo y definitivamente San Bernardo, calle Manuela Malasaña, donde comemos en un sitio en el que no habíamos estado nunca -yo soy un fanático de las rutinas- y que no está mal y tomamos un café en el Starbucks, uno de esos cafés que yo pedía en inglés en Londres hasta que me daba cuenta de que la camarera se llamaba Paula o algún otro nombre español y entonces desfacía el entuerto, y yo me pongo a mirar libros y editoriales, ¿qué editoriales están en el VIPS?, ¿quiero yo estar en el VIPS?, ¿y entonces qué quiero?, ¿dónde quiero estar? Un día de estos voy a dejar mi psicólogo y voy a comprarme un mapa.

Un poco más adelante, en Barquillo, nos separamos. Mi abogado no está. La Chica Diploma tiene que estudiar así que doy vueltas por mi antiguo barrio. Cuando digo "dar vueltas" me refiero a dar vueltas, una manzana pequeña, una manzana grande. Mi abogado sigue sin estar. Pido un café en un bar de Chueca. Leo el Marca. Me parezco a una canción de Nacho Vegas. En vez de seguir caminando cojo un taxi -la tristeza es cara- y voy a la Plaza de la República Argentina y ahí todo cambia.