viernes, enero 03, 2014

LEOPOLDO TOUR 2013. II. SALAMANCA

La sensación del 25 de diciembre por la mañana es de puro y duro agotamiento, una sensación que probablemente estén percibiendo ustedes mismos en el relato y que quizá sea injusta, quizá dentro de dos años recordemos esas vacaciones enloquecidas y nos riamos, como se dice en los tópicos, pero aquella mañana no hay risas, hay lágrimas, que es lo último en unas Navidades esperadas desde hace meses. Lágrimas de algo parecido a la desesperación y el arrepentimiento: la noche anterior hemos cenado en casa de mi madre y ahora toca devolver visita y poner lavadoras, deshacer y hacer maletas y salir a Salamanca.

Mi relación con Salamanca viene de hace años y ha sido siempre difusa. Mucho tiempo y pocos recuerdos. En el camino, a partir de Villacastín, nos metemos en una tormenta de nieve. Es emocionante. Ponemos a los Beatles y a Radio Futura y nos vamos animando conforme se acerca la meta. A los lados quedan las manchas de blanco, como quedaban en 2006, cuando la Chica Portada, B. y yo cogimos un coche para plantarnos ahí y ver a Sabina con mi tío Pancho. La entrada a la ciudad es épica. Una de mis frases favoritas del viaje, de este tour de diez días que en cualquier momento puede pisar su ciudad es: “Si siguiéramos en la Toscana, pensaríamos que esto es la hostia”. España, Campofrío aparte, a veces es la hostia, sí, el puente sobre el Tormes y la Catedral al fondo, sin andamios, castellana, imponente.

Por lo demás, la comida es de libro. Un manual de comida navideña: variada, completa y que sacia lo justo como para que a las cinco horas estemos todos juntos de nuevo comiendo las sobras. Yo sigo cansado –yo vivo cansado- pero a la Chica Diploma le viene de maravilla sentirse en casa y habla sin parar, juguetea, se tumba, se deja mimar, se engancha a películas improbables... y mientras, yo, intento no molestar, intento dejarme llevar, algo en lo que Jorge, su primo, me ayuda, porque él hace lo mismo y ahí nos quedamos: nosotros dos con nuestros iPads o iPhones y el resto charlando. Cada uno haciendo lo que necesita mientras fuera la nieve nos atrapa de nuevo como si viviéramos en una canción de Crowded House.

Antes justo de cenar, decidimos salir a dar un paseo los dos. Hace un frío impresionante, pero esto es lo que uno espera de Salamanca. Estuve aquí con seis años y he estado aquí con treinta y seis y no hay nada que vincule una cosa con otra. Viajé con dos ex novias y algo parecido a una tercera llegó a tener una tienda aquí. No está mal para una ciudad tan absolutamente desconocida, su estadio Helmántico carcomido por la dejadez y las deudas. Hubo un día en el que el Salamanca ganaba al Real Madrid y remontaba cuatro goles de Vieri. La Unión Deportiva que ya no existe, el equipo de los Morán. Mi equipo, después del Racing.

Hasta que llegaron los buitres y lo convirtieron todo en carroña para poder comérselo cuanto antes.

Así, la noche la pasamos allí, para intentar esquivar el mal tiempo, despistarlo, y a la mañana siguiente al menos no madrugamos, aunque tengamos tres horas y pico de viaje por delante. Simplemente, sacamos lo justo de la maleta, desayunamos a toda prisa y nos montamos en la camioneta, quiero decir, el coche, esta vez sin la baca encima, porque, que esto sea un Tour, no implica que nos hagan falta bicicletas.