martes, abril 15, 2014

Fuerteventura 2014. II. La ley del desierto, la ley del mar


En el Barranco de los Molinos, un hombre con un mono azul arrastra piedras con algo que se parece a un arado. Podría confundirse con un barrendero, algunas de las rutinas son idénticas, pero no se puede saber qué barre y, como digo, en realidad no lleva escoba sino otra cosa, como si quisiera colocar todas las piedrecitas volcánicas en un montón y luego hacerlas desaparecer.

Ríe y bromea. Le dice a la Chica Diploma que hay que mirar al sol, fijamente, que es mentira que haga daño a los ojos, quizá cueste un poco acostumbrarse, pero es importante. Para la criatura, dice, será más fácil, hay que intentarlo: el sol por la mañana nos dice qué pasará durante el día y al atardecer nos dice qué ha sucedido, nos da las claves.

Es la segunda vez que alguien de aquí nos habla del sol. Ayer, en el Rent-A-Car, la chica nos invitó a despertarnos a las seis para ver el eclipse y ya de paso ir a su tienda a las ocho y media a llevarnos un Opel Corsa. No hicimos ninguna de las dos cosas: dormimos hasta las ocho aproximadamente y preferimos un Renault Clío ultramoderno que nos ofrecieron en el hotel.

La primera salida de Corralejo pretendía huír del sol en todo lo posible por el estado de mi ojo, que tiende a hincharse y a sufrir con el calor. Salimos hacia La Oliva, Casa de los Coroneles al margen derecho, y de ahí seguimos hacia el centro de la isla, cruzando del este al oeste, carreteras llenas de nada, entre montañas y piedras, la promesa de la playa insinuándose a veces al fondo. El desierto y el mar. Cuando le convencí de reservar unas vacaciones en Fuerteventura, hace ya un año y medio, la Chica Diploma me dijo muy educadamente que allí no había nada. Tenía razón. El encanto está en esa nada de doble sentido pero espacio para solo un coche que serpentea hacia arriba o hacia abajo según marque la montaña, porque aquí la montaña lo es todo.

Una nada que se muestra en las casas derruídas tanto como en las urbanizaciones a medio habitar, el pueblo diminuto en mitad del camino y después kilómetros y kilómetros de cultivos, palmeras sueltas, terreno lunar. Las playas tienen nombres de muertos y cada aldea tiene su tributo a Unamuno. El hombre que habla del sol y ara el desierto nos habla de los guanches y su leyenda atlántida, del siglo que "los españoles" -y lo dice como si sus facciones fueran de cualquier otro lado, quizás atlantes, pero no, son como las mías y las tuyas- tardaron en conquistar Gran Canaria.

Pensamos que está loco, que cualquiera que se pase durante semanas el día arando junto a una playa y viendo turistas dejar el coche, acercarse al barranco y volverse a subir para comer en otro lado -Ajuy por ejemplo, quizá Betancuria, café o helado en Pájara- tiene que acabar completamente loco. Una locura nietzscheana me da a mí y pienso que en cualquier momento aquel hombre va a soltar el arado y a gritar que Dios ha muerto para escándalo de alemanes, franceses, daneses y demás habitantes de la isla.

Porque aquí los oriundos siguen sin aparecer por ningún lado, asoman quizá en algún restaurante, con su ritmo tranquilo y su acento bailarín, pero poco más. Lo que quedamos somos los demás, los invasores. La chica que organiza las excursiones en el hotel es alemana, la que alquila coches es italiana... esta mañana en el desayuno hablábamos sobre la posibilidad de que nuestro hijo se viniera a vivir a un sitio así y decidiera salir de la rueda universidad-trabajo-expectativas. Que él también quisiera perderse y acabara de guía en cualquiera de estas islas.

Permitirse la mediocridad, es decir, lo que nunca han hecho sus padres. Educarle para que sepa que no tiene que ser el mejor en nada para que si luego se empeña en ello y por algún casual lo consiga, tenga razón para disfrutarlo. ¿A qué va a disfrutar nadie aquello con lo que los demás ya cuentan? Guía en el Barceló Corralejo Bay anunciando la hora a la que se celebra el "quiz" para los clientes jubilados, clases de aerobic, particulares de tenis... Lo que él quiera. Educar es simplemente conseguir que tu hijo haga lo que quiera, sepa lo que quiera y que eso no sea una barbaridad o al menos no dañe a nadie, menos a sí mismo.

Lo demás son delirios de grandeza. Estar de vacaciones y tener que bajar al lobby cada noche para escribir un post sobre el día para que todo el mundo se acuerda de que existes.

Falso. Para recordártelo a ti mismo.

La Chica Diploma espera en la habitación tras el baño en el jacuzzi y pronto cenaremos algo. Después, quizá, una copa en el puerto. El hombre del piano se pone a probar el micrófono, parejas desinteresadas practican mentalmente los aplausos.