sábado, abril 19, 2014

Fuerteventura 2014. V. Lanzarote


Levantarse a las 6,30. Esa delicia de levantarse a traición, cuando los jacuzzis y las palmeras aún están en la oscuridad y los empleados más madrugadores preparan el desayuno. Remolonear lo justo porque hay un autobús que coger y no es aquí, sino en otro hotel, otra colección de caras rosas y cestas al hombro. Desayunar en una soledad impropia, la chica que reparte las actividades del día aún ausente, y después acelerarse y correr por la Avenida de las Grandes Playas para no perder la guagua, para no perder el ferry, para poder cruzar de isla en isla y arribar en Bahía Blanca, el rincón volcánico de Lanzarote.

En parte, si hemos venido -si yo he venido- es porque quiero buscar mi infancia. El problema es que no la encuentro, nada me es remotamente cercano. La isla es mucho más bonita de lo que la recuerdo, aunque puede que sea porque estamos en el lado opuesto al de los turistas. Los volcanes son más bajos, menos impresionantes, pero la lava negra mezclada con la ceniza gris le dan un toque irreal a todo el paisaje. Nuestra guía nos cuenta las mismas cosas en tres idiomas, incluso repite los chistes. La entiendo tres veces y acaba aturdiéndome. No es culpa suya. La primera hora de camino por charcas verdes, acantilados y volcanes dormidos es una hora de éxtasis visual, justo antes de que llegue el cansancio, el sueño y algo parecido a la rutina.

La Chica Diploma me pregunta por cosas que debería conocer, que debería recordar porque mi infancia y mi adolescencia son una presencia constante en la conversación diaria, pero no, no las conozco o no las recuerdo, que no sé si es lo mismo. Recuerdo otras cosas: colarnos en el hotel Las Salinas para jugar al baloncesto, pasear por la playa y tumbarnos en unas hamacas el día de Nochevieja de 1989, 1990 o 1991... unas patatas fritas de sartén que nos sirvieron en una terraza donde yo probablemente pedí un Trinaranjus.

Mis recuerdos de Lanzarote son esos y los de los distintos apartamentos, pero incluso estos son recuerdos triviales porque Simón y yo jugábamos al water ping-pong cuando la mesa se encharcaba, nos bajábamos a ver al Madrid y al Atleti al salón principal o machacábamos en la piscina el tímido aro de baloncesto que a alguien -fiebre de los ochenta- se le había ocurrido colocar allí. Lo demás, no aparece. Ni siquiera la cocina, porque si había apartamento seguramente sería porque había cocina y a la Chica Diploma le interesa mucho saber qué comíamos exactamente y quién se encargaba pero, ya digo, yo eso no lo recuerdo. Forma parte de lo que en la vida de un niño se da por hecho: la belleza de Lanzarote, el desayuno de la mañana. Simplemente aparecen, no hay un previo, no hay una planificación.

Veinticinco años después, sin embargo, algunas cosas han cambiado, especialmente el hecho de que el padre vaya a ser yo y "nuestro buen amigo Fuentes", el conductor de la guagua de nuestras excursiones infantiles se haya convertido en el señor Martín o algo así porque no me quedo bien con los nombres. Otras cosas siguen exactamente igual: el hastío de la presencia constante de César Manrique arreglando algo, reconduciendo lo salvaje, Jameos del Agua que no consiguen llegarme a los 37 como no me llegaban a los 12 y en ningún momento estoy diciendo que el problema no sea mío.

La Chica Diploma está un poco igual que yo, aunque ella haya venido aquí sin antecedentes. La trigésima vez que la guía repite el nombre de "César Manrique" -son diez veces, pero en tres idiomas, recuerden- bosteza y coloca la cabeza en el respaldo del asiento de enfrente y entonces yo aprovecho para rascar un poco su cabeza o masajearle los hombros. A veces soy yo el que me rindo -los madrugones son poéticos pero agotadores- y ella es la que me mima hasta el sueño. Nadal pierde en Montecarlo. Federer gana remontando un set a Tsonga. Un hombre casi se cae encima de la Chica Diploma y al sujetarse la hace daño y ella se preocupa y hay un pequeño momento de angustia y tensión en algún punto cercano a Teguise.

Por lo demás, ya digo, la guagua hace el camino de vuelta y todos los nombres me suenan pero ninguno es el mío: Tahiche, Costa Teguise, Arrecife... en ellos pasé tres navidades y sin embargo no hay una magdalena de Proust que llevarse a la boca. Nada parecido a esta avalancha de Corralejos y Waikikis que es Fuerteventura, con su anécdota a la vuelta de la esquina. Cuando volvemos, ya en el puerto, decidimos prescindir del autobús y caminar un poco por el filo del pueblo, el que une bares y playa. Es un paseo precioso. Un paseo único. Mi idea de la felicidad me remite a esos recovecos un mes de mayo de 2008, un domingo en el que todo estaba jugado y perdido pero nos quedaba la cara orgullosa de los que lo habían intentado.

Seis años después -"no sabes la cantidad de cosas que has hecho en estos años", me dijo el otro día la Chica Selectiva y no sé si ese es el problema, porque saberlo, lo sé, pero, ¿cuándo es suficiente?, ¿cuándo se come aquí?-, los músicos siguen tocando en las esquinas, las sillas se presentan apetitosas, el olor a pescado invita a quedarse y olvidarse del mundo, que es a lo que habíamos venido... y lo que haríamos si no fuera precisamente por el mundo, es decir, la realidad, es decir, un viento frío y algo desapacible combinado con los tobillos hinchados por el sol de la Chica Diploma.

Ella se ducha, yo intento tumbarme al lado del jacuzzi a acabar el libro de Saviano, buscamos un lugar donde ver al Atleti pero acabamos tomando una hamburguesa en un bar donde otro chico versionea el "You can call me Al" de Paul Simon y en general hay un buen gusto sorprendente, porque Corralejo es un Benicassim que se resiste a serlo. Una mezcla, supongo, con Ibiza. Rastas y surferos. El chico que lleva a Paul Simon a su terreno y la pareja decadente -"El dúo mediterráneo", se hacen llamar, aquí, en pleno Atlántico- que ameniza a gritos las noches del hotel. Unos gritos que retumban por todas partes, habitación incluida, y que al principio me enfadan y luego, no puedo evitarlo, me dan pena. Lo fácil que sería dejarse llevar, sin más, no entretener a nadie. Fiesta chill-out en la piscina, algo así. Lo han tenido que ver en las películas, lo único que, como a veces pasa, se les haya olvidado...